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miércoles, 6 de abril de 2022

EL DOCTOR VALLINA (1879-1970)

 

Pedro Vallina Martínez nació en Guadalcanal (Sevilla) en 1879. De padre asturiano y madre andaluza, la buena situación económica de su familia le permitió estudiar el bachillerato en Sevilla, trasladándose a Cádiz en 1898 para iniciar la carrera de medicina.

Allí conoció a Fermín Salvochea, un popular revolucionario gaditano al que siempre consideró su maestro. Salvochea le inculcó que los intereses colectivos primaban sobre los individuales y que si la especie humana llegaba algún día a gozar de verdadera fraternidad, libertad y justicia social, lo conseguiría por medio del anarquismo. En palabras del propio Vallina: “Para presenciar en Cádiz una lucha revolucionaria que esté a la altura que debe, hay que remontarse hasta Fermín Salvochea, el héroe anarquista”.

En 1899, Vallina continuó sus estudios de medicina en Madrid. Aunque todavía era muy joven, ya profesaba las ideas anarquistas, así que en la capital de España se relacionó con otros revolucionarios como Nicolás Estébanez, Eduardo Barriobero, los padres de Federica Montseny y el propio Fermín Salvochea, quien se había desplazado desde Cádiz. En 1900 se celebró un congreso en Madrid, donde quedó constituida la Federación de los Trabajadores de la Región Española, en la que estaban representadas 150 organizaciones con un total de 52.000 afiliados. Su actividad revolucionaria llevó a Vallina a ser considerado un peligroso enemigo del orden, enfrentándose en numerosas ocasiones a policías y jueces de modo que el 16 de mayo de 1902, víspera de la coronación de Alfonso XIII fue detenido preventivamente. Aunque Vallina resultó absuelto en el juicio, pues se demostró que todo era un complot policial para quitarlo de la circulación en fecha tan señalada, pasó seis meses en la cárcel y cuando acababa de recuperar la libertad, fueron los militares los que le iban a condenar a ocho años de presidio en un Consejo de Guerra por haber injuriado al Ejército, así que al día siguiente tomó un tren en Madrid para exiliarse en París.

 

París y Londres (1902-1914)

En los años que Vallina estuvo en París, el sindicalismo llegó a su apogeo y la esperanza en su próximo triunfo estaba tan arraigado en sus partidarios “... que hasta se formulaban esquemas de cómo se podía vivir en la sociedad futura bajo la égida de esta doctrina”. En París tomó contacto con los anarquistas españoles, quienes no pasarían de 50, casi todos obreros catalanes: “Eran muy buenos compañeros y siempre dispuestos a ayudar a cualquier iniciativa que se hiciera en beneficio de la revolución española”. Además, allí se relacionó con varios de los más destacados revolucionarios de la época como Louise Michel, Éliseé Reclus, Jean Grave, Sébastien Faure, Charles Malato, Paul Robin, James Guillaume y Francisco Ferrer Guardia. Durante su estancia en París, Vallina viajó de incógnito a varias ciudades como Barcelona, Londres y Amsterdam, donde asistió en 1904 a un Congreso Antimilitarista Internacional, en el que se congregaron más de 30.000 personas.

Un nuevo problema para Vallina surgió el 31 de mayo de 1905, cuando hubo un atentado contra Alfonso XIII. Detenidos varios individuos, solo cuatro fueron procesados, entre los que estaba Vallina: “Nos sepultaron seis meses en una celda, incomunicados, hasta que se vio la causa y fuimos absueltos”. Con motivo de la celebración del Primero de Mayo de 1906 se acordó declarar huelga general para conquistar la jornada laboral de ocho horas. En la madrugada de dicho día, Vallina fue detenido y a la mañana siguiente expulsado de Francia, eso sí, pudiendo elegir el país al que quisiera ir. Como no se le admitió en ninguno de los propuestos, fue enviado a Inglaterra sin consulta previa. No obstante, además de su actividad revolucionaria, Vallina había continuado en París sus estudios de medicina: “El tiempo que permanecí en París, no falté un solo día a las lecciones de aquellos ilustres profesores de la Escuela de Medicina”.

Al llegar a Londres, Vallina se hospedó al principio en el Club Anarquista Judío, un lugar que no solo servía como sala de reuniones, biblioteca y oficinas de administración, sino que también disponía de una editorial y de una imprenta. En Londres conoció a muchos compañeros anarquistas, en su mayoría judíos, pero también italianos, franceses, alemanes, rusos, polacos y, cómo no, españoles. Tanto es así que llegaron a crear un club anarquista internacional muy frecuentado, del que Vallina fue secretario y tesorero. Los exiliados en Londres ejercían diversos trabajos para subsistir y así el famoso anarquista italiano Enrique Malatesta lo hacía en un pequeño taller mecánico, mientras que Vallina ejercía de traductor, pues ya hablaba español, francés e inglés.

Además de todas estas actividades, Vallina sacó tiempo para continuar sus estudios de medicina otra vez: ”Las materias estudiadas en los cursos oficiales que seguí en el University College ya me eran conocidas, pero la forma de exponerlas, de una manera práctica, me impresionó desde el primer momento”. Vallina aprovechó su estancia en la Universidad para aprender también química, con el objetivo de conocer la técnica de fabricación de explosivos: “Se puede decir que llegué a ser un perito práctico en la materia y además monté en mi casa un laboratorio de química para mi uso personal”. A diferencia de lo ocurrido en Francia, Vallina no fue molestado en Londres sino al contrario, pues a veces fue llamado a comisaría para que diera su opinión sobre lo que ocurría en España. En 1914, con motivo del inicio de la Primera Guerra Mundial, se concedió una amnistía general y Vallina y su pareja, la luxemburguesa Josefina Colbach, volvieron a España.

 

Persecuciones y destierros (1914-1931)

Tras una breve temporada en Berlanga (Badajoz) para ver a su madre, Vallina recaló en Sevilla. Allí revalidó sus estudios de medicina y abrió un modesto consultorio médico para atender a la gente pobre, “... clientela a la que yo visitaba con más gusto”. En 1918, Sevilla fue azotada por la pandemia de gripe, cuya mortalidad fue muy elevada. Además, la tuberculosis campaba a sus anchas por las malas condiciones higiénicas de las viviendas de alquiler, en las que los contagios eran moneda corriente. Vallina fue nombrado secretario y tesorero del Comité Revolucionario de Defensa de los Inquilinos, que rápidamente alcanzó los 33.000 afiliados y que tomó como primera medida incautarse de las viviendas y no pagar renta alguna hasta que los propietarios no hicieran una rebaja del 50%. La huelga concluyó con el triunfo de los inquilinos, pero en marzo de 1919, Vallina fue desterrado a la Siberia extremeña, una extensa zona situada al noreste de la provincia de Badajoz, conocida con ese nombre por la falta absoluta de vías de comunicación.

Vallina y tres compañeros más llegaron en tren a Cabeza del Buey y desde allí fueron llevados a pie por la Guardia Civil para ser distribuidos por diversos pueblos: Puebla de Alcocer, Talarrubias, Herrera del Duque y Fuenlabrada de los Montes, el más alejado de todos y donde fue recluido Vallina durante unos meses. Cuando fue autorizado a volver a Sevilla, su madre acababa de ser enterrada. Corría por entonces el año 1920 y el doctor Vallina abrió un nuevo consultorio médico-quirúrgico, pero la misma casa era además la sede de los anarquistas sevillanos, quienes empezaban a agruparse en los Sindicatos de Ramos e Industrias. Por entonces se decretó una huelga general y los sindicatos fueron disueltos, mientras que muchos anarquistas eran encarcelados y desterrados, entre ellos Vallina.

Esta vez el destierro iba a ser más largo, pues las autoridades sevillanas le consideraban un sujeto indeseable, así que en diciembre de 1920, “... cuatro hombres esposados de dos en dos, como peligrosos malhechores”, salían a pie camino de Badajoz, convenientemente escoltados por la Guardia Civil. Desde Badajoz fueron conducidos en tren a Cabeza del Buey y distribuidos por diversos pueblos de la Siberia extremeña. Vallina recaló de nuevo en Fuenlabrada de los Montes, pero los caciques del lugar consideraron peligrosa su presencia y consiguieron que fuera destinado a Peñalsordo. A los pocos meses fue deportado a Siruela, donde estuvo unos dos años y resultó siendo muy apreciado por los lugareños, ya que luchó denodamente por extirpar las dos enfermedades que mayor daño causaban en aquella comarca: el carbunco y la triquinosis.

Levantado el destierro, Vallina se asentó en Cantillana en 1923, pero a los pocos meses pasó a Sevilla. Allí inició una nueva campaña contra la tuberculosis y fundó un sanatorio en el término de Cantillana, donde los enfermos disfrutaban de los elementos más valiosos para combatirla: el reposo, la buena alimentación y el aire puro. Aunque el proyecto contó con el apoyo de muchos sevillanos, también tuvo sus detractores, así que “... cuando se declaró la dictadura de Primo de Rivera, levantaron la cabeza y se dispusieron a terminar de una vez con obra tan beneficiosa”. Vallina fue detenido de nuevo en la tarde de la Nochebuena de 1923 y tras pasar una temporada en la cárcel de Sevilla, fue desterrado a Casablanca. Tras estar allí unos meses fue enviado a Portugal: “Estábamos en el año 1924 y con mis familiares había sido expulsado de Marruecos por las autoridades francesas que mandaban allí”.

Lisboa era un lugar mucho más agradable para vivir, pues allí tenía muchos amigos, anarquistas como él, pero cuando se constituyó un comité revolucionario para combatir a la monarquía española, la policía comenzó a perseguirlos. Enterados los vecinos de Siruela, enviaron un comité a Madrid para pedir a las autoridades que fuera deportado a Siruela, donde se le recibió con los brazos abiertos. El destierro de Siruela duró unos cinco años, hasta unos meses después del término de la dictadura de Primo de Rivera. En febrero de 1930 fue deportado a Estella (Navarra), donde estuvo poco más de un mes, para volver de nuevo a Siruela, cuya población lo festejó engalanada. La monarquía agonizaba y según el mismo Vallina, “... decidí escapar del lugar donde estaba confinado y lanzarme de lleno en el torbellino de la revolución que se preparaba … y me dirigí a Madrid para obtener una información exacta de la situación. Mi impresión fue excelente. El pueblo vibraba por la revolución: la monarquía era detestada por todos...”. Tras entrevistarse con Niceto Alcalá Zamora, quien había retirado su apoyo a la monarquía y reivindicaba la república, Vallina viajó, “... siempre perseguido por la policía y ocultándome...”, por Andalucía y Cataluña, regiones que consideraba los baluartes de la revolución social en España.

 Almadén durante la Segunda República

La República no comenzó bien para Almadén. El hundimiento de la Bolsa de Nueva York en 1929 provocó una recesión a escala mundial y condujo, entre otras cosas, a un menor consumo de metales y, en consecuencia, a un descenso de su cotización internacional. El mercurio fue uno de ellos y aunque en 1928 España se había aliado con Italia para controlar el mercado mundial, el cártel que habían formado ambos países no pudo impedir la caída de su precio. Minas de Almadén mantuvo entre 1930 y 1933 una producción de 20.000 a 30.000 frascos de mercurio, de 34,5 kilogramos cada uno, y como a partir de 1934 la economía mundial empezó a reactivarse, la producción de Almadén creció, produciendo 31.682 frascos en 1934 y 35.551 en 1935.

La proclamación de la Segunda República trajo consigo cambios sustanciales en el Consejo de Administración, que regía el establecimiento minero de Almadén desde 1918, y también dimitió el director del mismo. Comenzaba así una época de gran inestabilidad social, pues las mejoras técnicas implementadas en la segunda mitad de la década de 1920 originaban una menor necesidad de mano de obra en las labores subterráneas y en los hornos metalúrgicos. En 1931 había solo 1.955 obreros matriculados en el establecimiento (llegó a haber casi 3.000), de los que solo encontraban ocupación real 1.470. Aunque se crearon varias cooperativas para dar trabajo a los jóvenes de Almadén, todas fracasaron y la contestación social fue en aumento, llegando a tener que recurrir a la Guardia Civil en ocasiones, además de que el Consejo de Administración organizó una fuerza considerable de porteros y guardas para mantener a salvo a los ingenieros y a las instalaciones.

El principal proyecto de César de Madariaga, nuevo director de la mina, fue el aprovechamiento integral de la Dehesa de Castilseras, una antigua encomienda de la Orden Calatrava de unas 9.000 hectáreas de extensión, adscrita a Minas de Almadén. Madariaga propuso “... la creación de una industria que, además de surtir a la población de más de 12.000 almas de Almadén de la mayor parte de sus necesidades alimenticias, carne de cerdo y cordero, queso, grano, huevos, leche, permitirá sobre la base de este consumo mínimo, real y efectivo, montar una industria de productos alimenticios que tendría como base las posibilidades agrícolas, forestales y, sobre todo, ganaderas de la Dehesa, incluyendo entre el ganado los animales de corral, el conejo doméstico y la abeja, explotado con arreglo a métodos intensivos”. Por desgracia, el proyecto de agricultura intensiva de Castilseras fracasó y la situación de Madariaga se volvió insostenible, así que dimitió a principios de 1935.

Los acontecimientos se precipitaron cuando el Frente Popular ganó las elecciones de febrero de 1936. Con motivo de la fiesta del Primero de Mayo, el Sindicato Minero y otras asociaciones obreras exigieron la derogación del Reglamento de régimen interior del establecimiento minero y la destitución de los altos cargos del mismo, así que el director de la mina, los ingenieros de la mina, el director del hospital de mineros y hasta los maestros avemarianos de la Escuela de Hijos de Obreros fueron cesados en sus puestos de trabajo y desterrados de Almadén, mientras que el Consejo de Administración se limitó a aceptar la propuesta de las organizaciones obreras. Dos meses y medio después empezaba la guerra civil.

 Pedro Vallina en Almadén (1931-1936)

El 25 de octubre de 1930, el periódico almadenense Justicia, órgano de la agrupación socialista y defensor del obrero, daba la bienvenida al doctor Vallina a Almadén, “... pueblo eminentemente de izquierdas, donde gozaba de la mayor simpatía y estaba, hasta cierto punto, al resguardo de las persecuciones”. A poco de llegar, abrió un consultorio médico, pero su actividad política fue en aumento, recorriendo incesantemente todos los pueblos cercanos. En la mañana del 14 de abril, se puso al frente de una gran manifestación que proclamó la República en Almadén: “Pronto nos apoderamos del Ayuntamiento, arrollando a sus defensores y desde su balcón principal rodaron los atributos de la Monarquía y quedó proclamada la República”. Su primera decepción surgió cuando recomendó al pueblo que se armara para la revolución, medida que sorprendió a los republicanos y socialistas de la localidad, quienes no eran partidarios de la violencia. No obstante, Vallina organizó una partida de hombres armados y partió para la Siberia extremeña.

Vallina lo recuerda así: “Todo el día y la noche del 15 de abril, hasta la mañana del día 16, lo pasé en aquella región, yendo de uno a otro pueblo, llamando a la gente a la revolución social y aconsejando a los pueblos a que se armaran porque la cosa no era fácil y vendrían días de prueba”. A la vuelta de su periplo, Vallina decidió ir a Sevilla para ver de primera mano lo que allí ocurría. Durante su viaje se detuvo en diversas localidades, como Córdoba y Écija, y en todas notó que la proclamación de la República había sido un motivo de fiesta más que de revolución. También en Sevilla, la República se había proclamado pacíficamente y fue un día de júbilo en la ciudad. Al día siguiente presidió un mitin que había convocado la CNT, lo que sentó muy mal al Gobierno, que lo consideró un elemento extremadamente peligroso al que no había que dejar actuar. En cambio, el Ayuntamiento de Sevilla decidió que en lo sucesivo la plaza de San Marcos se llamaría de Pedro Vallina.

A su regreso a Almadén, Vallina convocó a la juventud a un mitin, en el que expuso su posición de que había que empuñar las armas para combatir a los reaccionarios y llevar a cabo la verdadera revolución. Esa misma noche, Vallina fue detenido en su casa por la Guardia Civil y llevado en coche a Ciudad Real, donde le esperaba nada menos que el fiscal de la República. Pese a estar acusado de estar organizando una revolución social con ayuda del gobierno ruso y de conspiración contra la República, Vallina fue puesto en libertad, pero con la condición de pasar a Sevilla a disposición del general Cabanellas, director general de la Guardia Civil. En el Archivo Histórico Provincial de Ciudad Real se conserva el expediente de Pedro Vallina, en el que se indica que ingresó en la prisión provincial el 13 de mayo de 1931, procedente de Almadén, acusado de conspiración para la sedición. El mismo día fue puesto en libertad y conducido a Alcalá de Guadaíra (Sevilla) por orden del Ministerio de Justicia.

A poco de estar en Sevilla, Vallina volvió a ser detenido y encarcelado al ser acusado de haber organizado la insurrección obrera en toda la provincia, con el resultado de un centenar de muertos. Vallina y otros compañeros fueron enviados en automóvil a Cádiz y encerrados en el castillo de Santa Catalina tres meses sin que se le comunicaran los motivos de su detención ni que se le tomara declaración alguna. A finales de 1931, Vallina ya está de nuevo en Almadén y el periódico decenal Justicia, órgano de la Agrupación Socialista y defensor del obrero, lo define como “... el gran apóstol de la justicia social, donde a poco de su actuación accidentada, se nos muestra como el más firme sostén de esta que pudiéramos llamar la ciudad alegre y confiada”.

En 1932 y 1933, Vallina mantuvo una intensa y variada actividad, pues aparte de mantener su casa familiar y consulta médica en Almadén, ayudó a sus amigos revolucionarios portugueses a intentar derribar, aunque sin éxito, la dictadura de Oliveira Salazar, y también luchó por llevar a cabo en Andalucía la reforma agraria. Su postura extremista, ya que no solo proponía que los latifundios se entregaran a los jornaleros sin tener que indemnizar por ello a los propietarios sino al contrario, le supuso las críticas acérrimas de las esferas oficiales, que le acusaron de provocar una insurrección campesina. Refiriéndose a Sevilla, Miguel Maura, ministro de Gobernación, decía que“... la UGT había prácticamente desaparecido de la región y la CNT, su rival, tenía afiliada a casi la totalidad de la masa obrera y campesina de la provincia, se hallaba armada y preparaba, no solo una huelga general en la capital, sino el asalto a ella por las masas campesinas dirigidas y capitaneadas por el doctor Vallina”.

En 1934, Vallina distribuía su tiempo entre Almadén y la Siberia extremeña, región en la que tenía mucha ascendencia después de haber pasado en ella tantos años desterrado. Cuando llegó la fecha del movimiento revolucionario de octubre, partió para Almadén, “... en cuya cuenca minera y en la de Puertollano podían movilizarse algunos miles de hombres, en el caso de que el movimiento asturiano conservara su pujanza. Era de noche cuando llegué a Almadén y aunque la gente conservaba los mejores ánimos, no era el momento de lanzarse a una lucha cuando las noticias recibidas de todas partes eran desconsoladoras”. Esa misma noche, Vallina fue detenido en su casa por la Guardia Civil y llevado en coche a Badajoz, donde ingresó en la cárcel. Cuando salió de ella tres meses después, el Gobierno de Lerroux había suspendido los ayuntamientos socialistas, destituido a todos los concejales de izquierdas y clausurado las Casas del Pueblo. Tampoco la huelga convocada por la FAI (Federación Anarquista Ibérica) en 1935 tuvo mayor incidencia en Almadén, pese a la aparición de pasquines instando a una huelga general indefinida y a la insurrección armada.

Por entonces, Vallina continuó viajando a Sevilla y en una ocasión le acompañó el doctor José Luis López de Haro, médico del Hospital de Mineros de Almadén y buen amigo suyo, quien escribió mucho después este bello párrafo que demuestra la admiración que sentía por el doctor Vallina: “Aún quedan en mi memoria los gratos días que juntos pasamos en Sevilla, donde pude observar que los burgueses y los señoritos vagos detenían el paso y le miraban por la espalda, lamentando sin duda en su interior que un hombre tan austero y abnegado, de cerebro tan grande, se empeñase en transformar un mundo que para ellos estaba perfectamente arreglado”.

En abril de 1936, el Sindicato Minero de Almadén y la Federación de Sociedades Obreras propusieron el nombramiento del doctor Vallina como jefe de los Servicios Sanitarios de Minas de Almadén, lo que el Consejo aceptó, cesando además a D. Guillermo Sánchez Martín, quien venía ejerciendo ese puesto desde 1924. El doctor Sánchez Martín estaba muy mal visto por los mineros porque no se había opuesto al aumento de la duración del jornal en las labores subterráneas de cuatro horas y media a seis. Vallina disponía de información privilegiada sobre la conspiración militar que se tramaba en Marruecos, así que la rebelión armada del 18 de julio de 1936 no le pilló de improviso: “Desde el primer momento conté con la combatividad de los mineros, con la dinamita que llenaba el polvorín y con los talleres de la mina útiles para la fabricación de bombas”.

La fragua de Mercurio se transformó así en la de Marte, convirtiendo los frascos de hierro en los que se envasaba el mercurio en potentes bombas de dinamita y transformando también los camiones de transporte del establecimiento minero en improvisados tanques de guerra mediante el uso de chapas de hierro colado y acero. Vallina formó una milicia popular de unos 500 hombres y se dirigió hacia el valle de los Pedroches, donde quedó establecido el frente de guerra que, con pequeños avances y retrocesos, permaneció inalterable hasta finales de marzo de 1939. Con el frente del sur asegurado, Vallina decidió abandonar Almadén en agosto de 1936: “Toda esta zona en 80 kilómetros a la redonda se encuentra asegurada del enemigo; me voy a curar heridos al frente de Guadalajara”.

 

Epílogo

Vallina estuvo destinado en varias provincias durante los tres años de guerra, recorriendo Guadalajara, Cuenca, Albacete, Valencia y, por fin, Barcelona antes de pasar a Francia en febrero de 1939: “Amaneció el nuevo día, la lluvia cesó y el sol lanzó sus primeros rayos para calentar nuestros cuerpos ateridos por el frío. Y toda aquella muchedumbre de más de mil personas se puso en marcha por aquellas colinas en dirección a la frontera francesa”. De Perpiñán pudo pasar a París y de allí marchó a la República Dominicana. Mucho lamentó Vallina la pérdida de su biblioteca de más de 20.000 volúmenes, mientras que algunos dirigentes de la República sacaron de España “el viejo orito”.

En 1940, ya en Santo Domingo, coincidió con el doctor López de Haro, a quien había conocido en Almadén durante los años de la República, pero mientras este permaneció en Santo Domingo, Vallina y en familia marcharon a Loma Bonita, en la deprimida región mexicana de Oaxaca, de la que precisamente era oriundo el famoso anarquista Ricardo Flores Magón (1873-1922). En Loma Bonita, Vallina abrió un consultorio médico-quirúrgico para atender a los mexicanos pobres y a los indios, sin abdicar nunca de sus ideales anarquistas. Solamente cuando tenía más de ochenta años, consintió en ir a vivir a Veracruz, ciudad en la que falleció en 1970, con tan escasos bienes como los que había poseído en vida.

Y para terminar, las palabras que le dedicó el médico y profesor José Vicente Martí Boscá: “Pedro Vallina representa por sí mismo una parte esencial de la historiografía anarquista española y europea, el ejemplo del revolucionario infatigable unido al del facultativo honesto y riguroso con un inmenso sentido social de su práctica médica”.

 

©Ángel Hernández Sobrino

 

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