Parece ser que los gitanos provienen de la India, de donde salieron como un pueblo nómada que se instaló en Persia en fecha indeterminada. Antes de que los árabes invadieran dicha región, los gitanos se dividieron en dos familias diferentes, una de las cuales se asentó en Siria y la otra en Armenia.
Presionados por la invasión de los turcos, pasaron a Europa Occidental a partir de 1417 y la recorrieron con suma rapidez en pequeños grupos de unos 50 a 100 miembros por lo general.Todos los
documentos que describen la llegada de los gitanos a Europa coinciden en
relatar su dominio de las artes mágicas, unido a su destreza para apropiarse de
lo ajeno. Cuando el pueblo gitano alcanzó Europa estaba formado por diversos
grupos nómadas, pobres y desharrapados, que tuvieron que recurrir al robo para
sobrevivir. No podía por tanto evitarse el choque entre dos pueblos tan
diferentes, el europeo formado por campesinos y burgueses, asentados en pueblos
y ciudades, y el nómada que llegaba de oriente, de lengua y aspecto tan
diferentes.
Los gitanos
cruzaron los Pirineos en 1424 y la primera noticia que se tiene sobre ellos es
el permiso que les concedió el 12 de enero de 1425 Alfonso V, rey de Aragón,
para viajar por sus dominios durante tres meses. En los años siguientes, las
crónicas les citan en Castilla y Andalucía, pues como pueblo nómada, no se
asentaban en ningún lugar. Otros grupos de gitanos llegaron desde el
Mediterráneo a partir de 1448, con lo que ya suman dos o tres mil almas como
mucho. Pronto aparecieron los primeros conflictos y en 1499, los Reyes
Católicos dictaron la primera Pragmática específica contra ellos, en la que se
les ordenaba que vivieran de oficios conocidos y que se aposentaran en algún
lugar. Los castigos para los que no obedecieran eran muy duros: la primera vez,
el destierro; la segunda, cien azotes y el destierro perpetuo; y la tercera,
corte de orejas, 60 días encarcelados y atados a una cadena, y destierro. Si
aún así continuaban sin oficio ni señor,
quedarían esclavos de por vida de la persona que los capturara.
A galeras o a las
minas
Como la citada
pragmática no se llevaba a la práctica, las Cortes de Toledo, reunidas en 1525,
pidieron que se cumpliera para que los egipcianos (otro gentilicio con que se
conocía a los gitanos “... no anden por el Reino porque roban los campos y
destruyen las heredades y engañan a los que con ellos tratan y no tienen otra
manera de vivir”. En 1570 se reiteró esta disposición pero los gitanos
continuaron con su habitual vida errante, ejerciendo oficios como el de
herrador o esquilador, mientras que las gitanas practicaban las artes
adivinatorias y la mendicidad.
Cuando a
principios del siglo XVI los condenados por la Justicia comenzaron a utilizarse
en trabajos forzados, los gitanos vagantes se unieron a ladrones, blasfemos,
perjuros, rufianes y otros malhechores, y fueron sentenciados al remo en las
galeras o a las labores subterráneas de las minas de azogue de Almadén durante
cuatro, seis, ocho y hasta diez años. El reinado de Carlos I representó el
primer esfuerzo serio de la Corona para reclutar brazos con destino al servicio
del mar, actitud que se incrementó cuando subió al trono Felipe II, quien en
1571, año de la batalla de Lepanto, apremiaba a los jueces para que los
condenados fuesen a cumplir su castigo en las galeras a la mayor brevedad
posible. Según los datos de Iam A. Thomson, 158 personas de etnia gitana
remaron entre 1586 y 1595 en las galeras reales, lo que representa solo el 2,9%
del total de galeotes. Un 75% de estos gitanos provenía de Castilla y solo el
18% de Aragón, Granada y Valencia.
Nuevas cédulas
reales de 25 de febrero y 11 de agosto de 1573 exigían a los jueces que
enviaran a todos los gitanos útiles a las galeras reales. Cuando la presión de
las galeras turcas descendía, Felipe II se mostraba más compasivo con los
gitanos y llegó a conceder la libertad a 59 de ellos en 1579, cuando ya
llevaban seis años al remo. Sus sucesores, Felipe III, Felipe IV y Carlos II,
continuaron mandando gitanos al remo y en ocasiones hubo tanta necesidad de
galeotes que se hubo de recurrir a confiscar esclavos. Felipe IV eligió a Don
Pedro de Amezquita como hombre idóneo para solucionar el problema y este
reclutó a la fuerza a muchos esclavos en Andalucía, donde eran particularmente
numerosos como servidores domésticos. Algunos gitanos solicitaron a la Corona
ser enviados a las minas de Almadén a cambio de la pena de galeras. Tal es el
caso de los hermanos Sebastián y Manuel Abendaño, presos en la cárcel de
Palencia, quienes en 1682 solicitaron a Carlos II la conmutación de su pena de
seis años de galeras por ser gitanos y hablar la lengua jerigonza, por las
minas de azogue, donde, por lo menos, no se verían privados de consuelo y
socorro de sus mujeres e hijos. Otro gitano prefirió convertirse en el verdugo
de la villa de Madrid, a cambio de no cumplir su condena en las galeras reales.
La Ilustración
contra los gitanos
Muchos podrían
pensar que la nueva corriente ilustrada que corría por Europa en el siglo
XVIII, a la vez que en España se entronizaba a los Borbones, supondría una
mejoría para el pueblo gitano. Nada más lejos de la realidad, ya que aquellos
pretendían seguir viviendo como lo habían hecho siempre y ello no era
compatible con los principios que regían para una sociedad en la que todo debía
ordenarse de otra manera. En opinión de Antonio Zoido Naranjo, “La Ilustración se opuso a los modos tradicionales
de vida, tanto a los de los poderosos como a los de los humildes, y pretendió
cambiarlos, sin conseguir, por otra parte, que cambiaran las condiciones
generales; al contrario, al coincidir la pérdida de la potencia imperial y
colonial con la decadencia del territorio que había sido el centro de ese
Imperio, Andalucía, aquellas se hicieron cada vez más duras”.
En 1717 se publicó
una lista de cuarenta y una localidades en las que los gitanos podían
avecindar, ampliada posteriormente a setenta y cinco. En 1734, reinando Felipe
V, como no había suficientes soldados para el Ejército, se prendió a vagabundos
y gitanos para obligarles a incorporarse a la milicia. Así se formaron en Cádiz
los batallones que debían marchar a Italia para recuperar los territorios
perdidos tras la guerra de Sucesión. El problema gitano seguía sin resolverse y
cada vez eran más, de modo que algunos autores estiman su número en unos
20.000, la mayoría de los cuales habitaba en Andalucía. En octubre de 1745 se
emitió una real cédula que conminaba taxativamente a todos los gitanos y
gitanas a trasladarse a las ciudades que figuraban en aquella. En Andalucía
estas ciudades eran Carmona, Córdoba, Antequera, Ronda, Jaén, Úbeda y Alcalá la
Real. Sevilla no estaba incluida en la lista, de modo que muchos gitanos que
vivían en el barrio de Triana, hubieron de
abandonarlo para no ser declarados bandidos públicos y, en consecuencia,
detenidos. A los hombres se les darían 200 azotes y serían condenados a seis
años de galeras, y a las mujeres, 100 azotes.
El gobernador del
Puerto de Santa María ordenó apresar a todos los gitanos que se hallaban en la
ciudad, fueron vecinos, residentes o transeúntes, y también a aquellos que sin
ser gitanos, vestían su traje y se relacionaban con ellos. De esta forma,
arrestó a 43 hombres y 32 mujeres, mandando los más fuertes de aquellos a las
minas de Almadén y al resto de los presidios africanos. Solo en el primer
semestre de 1746 llegaron a Almadén 64 gitanos, procedentes de Sevilla (39), El
Puerto de Santa María (19) y Baeza (6). El indulto concedido por Fernando VI en
dicho año con motivo de la muerte de Felipe V, su padre, excluyó a los gitanos.
El marqués de la Ensenada le comunicó al superintendente Villegas la orden dada
por Fernando VI, “... para que
subsistan en ese destino los Gitanos que están rematados a los trabajos de las
Minas, no obstante que cumplan el tiempo de su condena”.
El proyecto de
soldados gitanos
En 1746 se diseñó
un plan secreto, probablemente por
encargo del marqués de la Ensenada, ministro de Marina e Indias, de Hacienda y
de Guerra, en el que se proponía el método de acabar con el gitanismo. El
documento se titula Pensamiento
christiano en servicio de Dios, del Rey y de sus vasallos y plantea la
formación de varios batallones de gitanos, “... que de solo los cuatro Reinos de Andalucía se podrán formar cuatro
batallones efectivos, prontos y muy fácilmente, de sobresaliente, admirable y
robusta calidad, para que sirvan en la actual guerra de Italia o en otra
cualquier expedición, en calidad de tales gitanos para los fines a que se
quisieren aplicar; y pues el país se halla tan sumamente exhausto de gentes y
el gitanismo de buenos y sobresalientes: mucho convendrá al servicio de ambas
Majestades se sujeten y formen batallones de ellos para que sirvan de algún
provecho o para que estando empleados y entretenidos se evite la ociosidad y se
vean pacíficamente y en tranquilidad los paises donde residen”.
El plan proponía
que todas las justicias de Andalucía enviaran información de los gitanos que
hubiera en sus respectivos distritos con su nombre y apellidos, edad, estatura,
señales, conducta y domicilio en el término de ocho días. Una vez recibidos los
mencionados datos, se elegirían los que fuesen a propósito para luchar en
campaña, y estos serían acompañados por las correspondientes justicias a las
atarazanas de Málaga, también en el término de ocho días. Desde el primer día
que comenzasen a caminar se les abonaría diariamente cuatro reales y una ración
de pan, y cuando llegaran a Málaga serían reconocidos por personal militar
inteligente, el cual elegiría entre ellos los más adecuados para ser oficiales,
sargentos y soldados. Oficiales veteranos les enseñarían el uso y manejo de las
armas, y cada batallón de gitanos que se formara se compondría de trece capitanes,
trece tenientes, trece subtenientes, dos ayudantes, un capellán, un cirujano,
veintiséis sargentos y seiscientos sesenta y tres soldados.
Los batallones de
gitanos no deberían mezclarse en ningún caso con el resto de las tropas, así
que tendrían sus propios cuarteles y campamentos. Los gitanos realizarían
trabajos relacionados con trincheras, fortificaciones, baterías, allanamiento
de caminos, corta de madera, conducción de piezas de Artillería, etc. En cuanto
al coste que tendría vestir y mantener a uno de estos batallones anualmente
sería el siguiente:
·
Sueldo
de mandos y tropa …………… 272.710 reales
·
Raciones
de pan (251.485) ………….. 103.552 reales
·
Uniformes
y homenajes ………………. 145.792 reales
Su Majestad
proveería los 730 fusiles con sus bayonetas, así como las balas necesarias, por
lo que no figuran en el presupuesto anterior.
El
autor del proyecto concluía que “... poco
se aventuraba en exponer tan limitado gasto para experimentar si por este tan
saludable medio se conseguía ver empleada sujeta esta gente, pues aun que se
logre el fin de tenerlos recluidos en los pueblos donde les está señalado
residan, nunca podrá lograrse vivan tranquila y pacíficamente, mayormente
cuando se miran que los ejercicios de los gitanos (los que los tienen) son tan inícuos
y mecánicos que es imposible les puedan ejercer en el corto recinto de dichos
pueblos para poder mantenerse y porque de estar estos mismos pueblos tan
considerablemente recargados de excesivo numero de gitanos que iguale o exceda
al del vecino patricio, están expuestos a graves malas consecuencias, y para
atajar los próximos e inevitables inconvenientes que pueden resultar, y poner
coto a unos ilícitos y pésimos desórdenes heredados de padres a hijos, no se
podrá practicar medio mas benigno, pronto, ligero, decente y suave que del que
va expuesto, que quizás viéndose con preeminencias y premiados, se desempeñarán
con leal amor y aplicación, y si no sucediera así, se conseguirá el fin de que
con esta sujección a lo menos se contenga la procregeneración del gitanismo con
el exceso que actualmente se experimente abunda”.
La
gran redada
El proyecto de
crear varios batallones de gitanos finalmente no se llevó a cabo, pues en ese
mismo año de 1746 falleció Felipe V, y el nuevo rey, Fernando VI, retiró todos
los ejércitos que España tenía distribuidos por Europa. Dos años después se
firmó la paz de Aquisgrán, que abrió el camino a una etapa de neutralidad en la
política exterior española. Con quienes no fue neutral Fernando VI fue con los
gitanos, ya que el 30 de julio de 1749 se puso en marcha en toda España una
vasta operación militar, preparada en secreto y meticulosamente, para
encarcelar a todos los gitanos. Las tropas militares cercaron los pueblos y los
barrios de las ciudades donde vivían gitanos, 75 lugares en total, y “... se arrojarán a las casas de los gitanos,
prenderán a todos, hombres, mujeres y niños, cerrarán las casas o dejarán
centinelas en cada una, llevarán los presos a la carcel, donde todos juntos con
las separaciones prevenidas se dejará una guardia de veinte hombres. Los
documentos existentes indican que hasta el 4 de octubre de dicho año habían
sido capturados 7.760 gitanos y gitanas, a los que hay que añadir los que
fallecieron durante la redada y los que fueron capturados posteriormente, lo
que supone una cifra total de unas 9.000 personas.
Tras el arresto,
los gitanos fueron separados en dos grupos: todos los hombres mayores de siete
años en uno, y las mujeres y los menores de esa edad en otro. Mientras que
mujeres y niños pequeños fueron ingresadas en cárceles y fábricas, los hombres
fueron enviados a trabajos forzados en los arsenales militares de Cartagena, La
Carraca y El Ferrol, en su mayoría, y el resto a las minas de Almadén y a los
presidios africanos. Los bienes de los detenidos fueron confiscados y
subastados para pagar su manutención y traslado a los lugares citados. Lo peor
de todo fue la separación de las familias, por lo que muchos de ellos
intentaron escapar de sus cadenas y otros entraron en una profunda depresión.
Mientras que los otros forzados cumplían su condena y recuperaban la libertad,
a los gitanos se les aplicó la retención, una figura legal para que no se les
otorgara la libertad una vez cumplida su condena, basándose en el motivo de que
no tenían lugar donde asentarse y trabajos a los que dedicarse, ya que las
autoridades temían que volvieran a la vida errante.
Al finalizar el
reinado de Fernando VI, en 1759, todavía permanecían en los arsenales militares
y en las minas de Almadén muchos gitanos presos. Su sucesor, Carlos III,
encargó en 1763 un dictamen al Consejo de Castilla, cuyo fiscal, Pedro
Rodríguez de Campomanes, informó que los gitanos eran “... una congregación de personas de todos los
sexos que viven vagamente con violación de todos los preceptos y que se
mantienen del robo, la rapiña y el engaño”. Las medidas que propuso fueron
que permanecieran encerrados y vigilados en España o que fueran deportados a
América, donde se les daría un trozo de tierra para que fueran siendo
absorbidos poco a poco por los indígenas de allá.
Epílogo
La persecución de
los gitanos en España continuó hasta 1783, año en el que Carlos III ordenó
publicar una Real pragmática, que derogaba todas las leyes contra los gitanos
al declarar que no procedían de raíz infecta. En 1784, los jueces de la
Chancillería de Granada reconocían que la publicación de tantas leyes contra los gitanos lo único que habían
conseguido era aumentar su marginalidad, provocando “... el miserable estado
de ociosidad, infamia y desprecio con que los gitanos viven en la república, en
cuya infeliz situación los han colocado las mismas providencias que justamente
se han tomado contra ellos”. La Real cédula de Carlos IV, año 1795,
ampliaba el indulto de la anterior pragmática de 1784, incluyendo a los
gitanos, “... que viven profugos de sus
domicilios, perturbando la tranquilidad pública, temerosos del rigor de la
Justicia por delitos que han cometido”.
© Ángel
Hernández Sobrino.
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