Pedro Vallina Martínez nació en Guadalcanal (Sevilla) en 1879. De padre asturiano y madre andaluza, la buena situación económica de su familia le permitió estudiar el bachillerato en Sevilla, trasladándose a Cádiz en 1898 para iniciar la carrera de medicina.
Allí conoció a Fermín Salvochea, un popular revolucionario gaditano al que siempre consideró su maestro. Salvochea le inculcó que los intereses colectivos primaban sobre los individuales y que si la especie humana llegaba algún día a gozar de verdadera fraternidad, libertad y justicia social, lo conseguiría por medio del anarquismo. En palabras del propio Vallina: “Para presenciar en Cádiz una lucha revolucionaria que esté a la altura que debe, hay que remontarse hasta Fermín Salvochea, el héroe anarquista”.En 1899, Vallina continuó sus estudios
de medicina en Madrid. Aunque todavía era muy joven, ya profesaba las ideas
anarquistas, así que en la capital de España se relacionó con otros
revolucionarios como Nicolás Estébanez, Eduardo Barriobero, los padres de
Federica Montseny y el propio Fermín Salvochea, quien se había desplazado desde
Cádiz. En 1900 se celebró un congreso en Madrid, donde quedó constituida la
Federación de los Trabajadores de la Región Española, en la que estaban
representadas 150 organizaciones con un total de 52.000 afiliados. Su actividad
revolucionaria llevó a Vallina a ser considerado un peligroso enemigo del
orden, enfrentándose en numerosas ocasiones a policías y jueces de modo que el
16 de mayo de 1902, víspera de la coronación de Alfonso XIII fue detenido
preventivamente. Aunque Vallina resultó absuelto en el juicio, pues se demostró
que todo era un complot policial para quitarlo de la circulación en fecha tan
señalada, pasó seis meses en la cárcel y cuando acababa de recuperar la
libertad, fueron los militares los que le iban a condenar a ocho años de
presidio en un Consejo de Guerra por haber injuriado al Ejército, así que al día
siguiente tomó un tren en Madrid para exiliarse en París.
París y Londres (1902-1914)
En los años que Vallina estuvo en
París, el sindicalismo llegó a su apogeo y la esperanza en su próximo triunfo
estaba tan arraigado en sus partidarios “... que hasta se formulaban
esquemas de cómo se podía vivir en la sociedad futura bajo la égida de esta
doctrina”. En París tomó contacto con los anarquistas españoles, quienes no
pasarían de 50, casi todos obreros catalanes: “Eran muy buenos compañeros y
siempre dispuestos a ayudar a cualquier iniciativa que se hiciera en beneficio
de la revolución española”. Además, allí se relacionó con varios de los más
destacados revolucionarios de la época como Louise Michel, Éliseé Reclus, Jean
Grave, Sébastien Faure, Charles Malato, Paul Robin, James Guillaume y Francisco
Ferrer Guardia. Durante su estancia en París, Vallina viajó de incógnito a
varias ciudades como Barcelona, Londres y Amsterdam, donde asistió en 1904 a un
Congreso Antimilitarista Internacional, en el que se congregaron más de 30.000
personas.
Un nuevo problema para Vallina surgió
el 31 de mayo de 1905, cuando hubo un atentado contra Alfonso XIII. Detenidos
varios individuos, solo cuatro fueron procesados, entre los que estaba Vallina:
“Nos sepultaron seis meses en una celda, incomunicados, hasta que se vio la
causa y fuimos absueltos”. Con motivo de la celebración del Primero de Mayo
de 1906 se acordó declarar huelga general para conquistar la jornada laboral de
ocho horas. En la madrugada de dicho día, Vallina fue detenido y a la mañana
siguiente expulsado de Francia, eso sí, pudiendo elegir el país al que quisiera
ir. Como no se le admitió en ninguno de los propuestos, fue enviado a
Inglaterra sin consulta previa. No obstante, además de su actividad revolucionaria,
Vallina había continuado en París sus estudios de medicina: “El tiempo que
permanecí en París, no falté un solo día a las lecciones de aquellos ilustres
profesores de la Escuela de Medicina”.
Al llegar a Londres, Vallina se
hospedó al principio en el Club Anarquista Judío, un lugar que no solo servía
como sala de reuniones, biblioteca y oficinas de administración, sino que
también disponía de una editorial y de una imprenta. En Londres conoció a
muchos compañeros anarquistas, en su mayoría judíos, pero también italianos,
franceses, alemanes, rusos, polacos y, cómo no, españoles. Tanto es así que
llegaron a crear un club anarquista internacional muy frecuentado, del que
Vallina fue secretario y tesorero. Los exiliados en Londres ejercían diversos
trabajos para subsistir y así el famoso anarquista italiano Enrique Malatesta
lo hacía en un pequeño taller mecánico, mientras que Vallina ejercía de
traductor, pues ya hablaba español, francés e inglés.
Además de todas estas actividades,
Vallina sacó tiempo para continuar sus estudios de medicina otra vez: ”Las
materias estudiadas en los cursos oficiales que seguí en el University College
ya me eran conocidas, pero la forma de exponerlas, de una manera práctica, me
impresionó desde el primer momento”. Vallina aprovechó su estancia en la
Universidad para aprender también química, con el objetivo de conocer la
técnica de fabricación de explosivos: “Se puede decir que llegué a ser un
perito práctico en la materia y además monté en mi casa un laboratorio de
química para mi uso personal”. A diferencia de lo ocurrido en Francia,
Vallina no fue molestado en Londres sino al contrario, pues a veces fue llamado
a comisaría para que diera su opinión sobre lo que ocurría en España. En 1914,
con motivo del inicio de la Primera Guerra Mundial, se concedió una amnistía
general y Vallina y su pareja, la luxemburguesa Josefina Colbach, volvieron a
España.
Persecuciones y destierros (1914-1931)
Tras una breve temporada en Berlanga
(Badajoz) para ver a su madre, Vallina recaló en Sevilla. Allí revalidó sus
estudios de medicina y abrió un modesto consultorio médico para atender a la
gente pobre, “... clientela a la que yo visitaba con más gusto”. En
1918, Sevilla fue azotada por la pandemia de gripe, cuya mortalidad fue muy
elevada. Además, la tuberculosis campaba a sus anchas por las malas condiciones
higiénicas de las viviendas de alquiler, en las que los contagios eran moneda
corriente. Vallina fue nombrado secretario y tesorero del Comité Revolucionario
de Defensa de los Inquilinos, que rápidamente alcanzó los 33.000 afiliados y
que tomó como primera medida incautarse de las viviendas y no pagar renta
alguna hasta que los propietarios no hicieran una rebaja del 50%. La huelga
concluyó con el triunfo de los inquilinos, pero en marzo de 1919, Vallina fue
desterrado a la Siberia extremeña, una extensa zona situada al noreste de la
provincia de Badajoz, conocida con ese nombre por la falta absoluta de vías de
comunicación.
Vallina y tres compañeros más llegaron
en tren a Cabeza del Buey y desde allí fueron llevados a pie por la Guardia
Civil para ser distribuidos por diversos pueblos: Puebla de Alcocer,
Talarrubias, Herrera del Duque y Fuenlabrada de los Montes, el más alejado de
todos y donde fue recluido Vallina durante unos meses. Cuando fue autorizado a
volver a Sevilla, su madre acababa de ser enterrada. Corría por entonces el año
1920 y el doctor Vallina abrió un nuevo consultorio médico-quirúrgico, pero la
misma casa era además la sede de los anarquistas sevillanos, quienes empezaban
a agruparse en los Sindicatos de Ramos e Industrias. Por entonces se decretó
una huelga general y los sindicatos fueron disueltos, mientras que muchos
anarquistas eran encarcelados y desterrados, entre ellos Vallina.
Esta vez el destierro iba a ser más
largo, pues las autoridades sevillanas le consideraban un sujeto indeseable,
así que en diciembre de 1920, “... cuatro hombres esposados de dos en dos,
como peligrosos malhechores”, salían a pie camino de Badajoz,
convenientemente escoltados por la Guardia Civil. Desde Badajoz fueron
conducidos en tren a Cabeza del Buey y distribuidos por diversos pueblos de la
Siberia extremeña. Vallina recaló de nuevo en Fuenlabrada de los Montes, pero
los caciques del lugar consideraron peligrosa su presencia y consiguieron que
fuera destinado a Peñalsordo. A los pocos meses fue deportado a Siruela, donde
estuvo unos dos años y resultó siendo muy apreciado por los lugareños, ya que
luchó denodamente por extirpar las dos enfermedades que mayor daño causaban en
aquella comarca: el carbunco y la triquinosis.
Levantado el destierro, Vallina se
asentó en Cantillana en 1923, pero a los pocos meses pasó a Sevilla. Allí
inició una nueva campaña contra la tuberculosis y fundó un sanatorio en el
término de Cantillana, donde los enfermos disfrutaban de los elementos más
valiosos para combatirla: el reposo, la buena alimentación y el aire puro.
Aunque el proyecto contó con el apoyo de muchos sevillanos, también tuvo sus
detractores, así que “... cuando se declaró la dictadura de Primo de Rivera,
levantaron la cabeza y se dispusieron a terminar de una vez con obra tan
beneficiosa”. Vallina fue detenido de nuevo en la tarde de la Nochebuena de
1923 y tras pasar una temporada en la cárcel de Sevilla, fue desterrado a
Casablanca. Tras estar allí unos meses fue enviado a Portugal: “Estábamos en
el año 1924 y con mis familiares había sido expulsado de Marruecos por las
autoridades francesas que mandaban allí”.
Lisboa era un lugar mucho más
agradable para vivir, pues allí tenía muchos amigos, anarquistas como él, pero
cuando se constituyó un comité revolucionario para combatir a la monarquía
española, la policía comenzó a perseguirlos. Enterados los vecinos de Siruela,
enviaron un comité a Madrid para pedir a las autoridades que fuera deportado a Siruela,
donde se le recibió con los brazos abiertos. El destierro de Siruela duró unos
cinco años, hasta unos meses después del término de la dictadura de Primo de
Rivera. En febrero de 1930 fue deportado a Estella (Navarra), donde estuvo poco
más de un mes, para volver de nuevo a Siruela, cuya población lo festejó
engalanada. La monarquía agonizaba y según el mismo Vallina, “... decidí
escapar del lugar donde estaba confinado y lanzarme de lleno en el torbellino
de la revolución que se preparaba … y me dirigí a Madrid para obtener una
información exacta de la situación. Mi impresión fue excelente. El pueblo
vibraba por la revolución: la monarquía era detestada por todos...”. Tras
entrevistarse con Niceto Alcalá Zamora, quien había retirado su apoyo a la monarquía
y reivindicaba la república, Vallina viajó, “... siempre perseguido por la
policía y ocultándome...”, por Andalucía y Cataluña, regiones que
consideraba los baluartes de la revolución social en España.
La República no comenzó bien para
Almadén. El hundimiento de la Bolsa de Nueva York en 1929 provocó una recesión
a escala mundial y condujo, entre otras cosas, a un menor consumo de metales y,
en consecuencia, a un descenso de su cotización internacional. El mercurio fue
uno de ellos y aunque en 1928 España se había aliado con Italia para controlar
el mercado mundial, el cártel que habían formado ambos países no pudo impedir
la caída de su precio. Minas de Almadén mantuvo entre 1930 y 1933 una
producción de 20.000 a 30.000 frascos de mercurio, de 34,5 kilogramos cada uno,
y como a partir de 1934 la economía mundial empezó a reactivarse, la producción
de Almadén creció, produciendo 31.682 frascos en 1934 y 35.551 en 1935.
La proclamación de la Segunda
República trajo consigo cambios sustanciales en el Consejo de Administración,
que regía el establecimiento minero de Almadén desde 1918, y también dimitió el
director del mismo. Comenzaba así una época de gran inestabilidad social, pues
las mejoras técnicas implementadas en la segunda mitad de la década de 1920
originaban una menor necesidad de mano de obra en las labores subterráneas y en
los hornos metalúrgicos. En 1931 había solo 1.955 obreros matriculados en el
establecimiento (llegó a haber casi 3.000), de los que solo encontraban
ocupación real 1.470. Aunque se crearon varias cooperativas para dar trabajo a
los jóvenes de Almadén, todas fracasaron y la contestación social fue en
aumento, llegando a tener que recurrir a la Guardia Civil en ocasiones, además
de que el Consejo de Administración organizó una fuerza considerable de
porteros y guardas para mantener a salvo a los ingenieros y a las
instalaciones.
El principal proyecto de César de
Madariaga, nuevo director de la mina, fue el aprovechamiento integral de la
Dehesa de Castilseras, una antigua encomienda de la Orden Calatrava de unas
9.000 hectáreas de extensión, adscrita a Minas de Almadén. Madariaga propuso “...
la creación de una industria que, además de surtir a la población de más de
12.000 almas de Almadén de la mayor parte de sus necesidades alimenticias,
carne de cerdo y cordero, queso, grano, huevos, leche, permitirá sobre la base
de este consumo mínimo, real y efectivo, montar una industria de productos
alimenticios que tendría como base las posibilidades agrícolas, forestales y,
sobre todo, ganaderas de la Dehesa, incluyendo entre el ganado los animales de
corral, el conejo doméstico y la abeja, explotado con arreglo a métodos
intensivos”. Por desgracia, el proyecto de agricultura intensiva de
Castilseras fracasó y la situación de Madariaga se volvió insostenible, así que
dimitió a principios de 1935.
Los acontecimientos se precipitaron
cuando el Frente Popular ganó las elecciones de febrero de 1936. Con motivo de
la fiesta del Primero de Mayo, el Sindicato Minero y otras asociaciones obreras
exigieron la derogación del Reglamento de régimen interior del establecimiento
minero y la destitución de los altos cargos del mismo, así que el director de
la mina, los ingenieros de la mina, el director del hospital de mineros y hasta
los maestros avemarianos de la Escuela de Hijos de Obreros fueron cesados en
sus puestos de trabajo y desterrados de Almadén, mientras que el Consejo de
Administración se limitó a aceptar la propuesta de las organizaciones obreras.
Dos meses y medio después empezaba la guerra civil.
El 25 de octubre de 1930, el periódico
almadenense Justicia, órgano de la agrupación socialista y defensor del
obrero, daba la bienvenida al doctor Vallina a Almadén, “... pueblo
eminentemente de izquierdas, donde gozaba de la mayor simpatía y estaba, hasta
cierto punto, al resguardo de las persecuciones”. A poco de llegar, abrió
un consultorio médico, pero su actividad política fue en aumento, recorriendo
incesantemente todos los pueblos cercanos. En la mañana del 14 de abril, se
puso al frente de una gran manifestación que proclamó la República en Almadén: “Pronto
nos apoderamos del Ayuntamiento, arrollando a sus defensores y desde su balcón
principal rodaron los atributos de la Monarquía y quedó proclamada la
República”. Su primera decepción surgió cuando recomendó al pueblo que se
armara para la revolución, medida que sorprendió a los republicanos y
socialistas de la localidad, quienes no eran partidarios de la violencia. No
obstante, Vallina organizó una partida de hombres armados y partió para la
Siberia extremeña.
Vallina lo recuerda así: “Todo el
día y la noche del 15 de abril, hasta la mañana del día 16, lo pasé en aquella
región, yendo de uno a otro pueblo, llamando a la gente a la revolución social
y aconsejando a los pueblos a que se armaran porque la cosa no era fácil y
vendrían días de prueba”. A la vuelta de su periplo, Vallina decidió ir a
Sevilla para ver de primera mano lo que allí ocurría. Durante su viaje se
detuvo en diversas localidades, como Córdoba y Écija, y en todas notó que la
proclamación de la República había sido un motivo de fiesta más que de
revolución. También en Sevilla, la República se había proclamado pacíficamente
y fue un día de júbilo en la ciudad. Al día siguiente presidió un mitin que
había convocado la CNT, lo que sentó muy mal al Gobierno, que lo consideró un
elemento extremadamente peligroso al que no había que dejar actuar. En cambio,
el Ayuntamiento de Sevilla decidió que en lo sucesivo la plaza de San Marcos se
llamaría de Pedro Vallina.
A su regreso a Almadén, Vallina
convocó a la juventud a un mitin, en el que expuso su posición de que había que
empuñar las armas para combatir a los reaccionarios y llevar a cabo la
verdadera revolución. Esa misma noche, Vallina fue detenido en su casa por la
Guardia Civil y llevado en coche a Ciudad Real, donde le esperaba nada menos
que el fiscal de la República. Pese a estar acusado de estar organizando una
revolución social con ayuda del gobierno ruso y de conspiración contra la
República, Vallina fue puesto en libertad, pero con la condición de pasar a
Sevilla a disposición del general Cabanellas, director general de la Guardia
Civil. En el Archivo Histórico Provincial de Ciudad Real se conserva el
expediente de Pedro Vallina, en el que se indica que ingresó en la prisión
provincial el 13 de mayo de 1931, procedente de Almadén, acusado de conspiración
para la sedición. El mismo día fue puesto en libertad y conducido a Alcalá de
Guadaíra (Sevilla) por orden del Ministerio de Justicia.
A poco de estar en Sevilla, Vallina
volvió a ser detenido y encarcelado al ser acusado de haber organizado la
insurrección obrera en toda la provincia, con el resultado de un centenar de
muertos. Vallina y otros compañeros fueron enviados en automóvil a Cádiz y
encerrados en el castillo de Santa Catalina tres meses sin que se le
comunicaran los motivos de su detención ni que se le tomara declaración alguna.
A finales de 1931, Vallina ya está de nuevo en Almadén y el periódico decenal
Justicia, órgano de la Agrupación Socialista y defensor del obrero, lo define
como “... el gran apóstol de la justicia social, donde a poco de su
actuación accidentada, se nos muestra como el más firme sostén de esta que
pudiéramos llamar la ciudad alegre y confiada”.
En 1932 y 1933, Vallina mantuvo una
intensa y variada actividad, pues aparte de mantener su casa familiar y
consulta médica en Almadén, ayudó a sus amigos revolucionarios portugueses a
intentar derribar, aunque sin éxito, la dictadura de Oliveira Salazar, y
también luchó por llevar a cabo en Andalucía la reforma agraria. Su postura
extremista, ya que no solo proponía que los latifundios se entregaran a los
jornaleros sin tener que indemnizar por ello a los propietarios sino al
contrario, le supuso las críticas acérrimas de las esferas oficiales, que le
acusaron de provocar una insurrección campesina. Refiriéndose a Sevilla, Miguel
Maura, ministro de Gobernación, decía que“... la UGT había prácticamente
desaparecido de la región y la CNT, su rival, tenía afiliada a casi la
totalidad de la masa obrera y campesina de la provincia, se hallaba armada y
preparaba, no solo una huelga general en la capital, sino el asalto a ella por
las masas campesinas dirigidas y capitaneadas por el doctor Vallina”.
En 1934, Vallina distribuía su tiempo
entre Almadén y la Siberia extremeña, región en la que tenía mucha ascendencia
después de haber pasado en ella tantos años desterrado. Cuando llegó la fecha
del movimiento revolucionario de octubre, partió para Almadén, “... en cuya
cuenca minera y en la de Puertollano podían movilizarse algunos miles de
hombres, en el caso de que el movimiento asturiano conservara su pujanza. Era
de noche cuando llegué a Almadén y aunque la gente conservaba los mejores
ánimos, no era el momento de lanzarse a una lucha cuando las noticias recibidas
de todas partes eran desconsoladoras”. Esa misma noche, Vallina fue detenido
en su casa por la Guardia Civil y llevado en coche a Badajoz, donde ingresó en
la cárcel. Cuando salió de ella tres meses después, el Gobierno de Lerroux
había suspendido los ayuntamientos socialistas, destituido a todos los
concejales de izquierdas y clausurado las Casas del Pueblo. Tampoco la huelga
convocada por la FAI (Federación Anarquista Ibérica) en 1935 tuvo mayor
incidencia en Almadén, pese a la aparición de pasquines instando a una huelga
general indefinida y a la insurrección armada.
Por entonces, Vallina continuó
viajando a Sevilla y en una ocasión le acompañó el doctor José Luis López de
Haro, médico del Hospital de Mineros de Almadén y buen amigo suyo, quien
escribió mucho después este bello párrafo que demuestra la admiración que sentía
por el doctor Vallina: “Aún quedan en mi memoria los gratos días que juntos
pasamos en Sevilla, donde pude observar que los burgueses y los señoritos vagos
detenían el paso y le miraban por la espalda, lamentando sin duda en su
interior que un hombre tan austero y abnegado, de cerebro tan grande, se
empeñase en transformar un mundo que para ellos estaba perfectamente
arreglado”.
En abril de 1936, el Sindicato Minero
de Almadén y la Federación de Sociedades Obreras propusieron el nombramiento
del doctor Vallina como jefe de los Servicios Sanitarios de Minas de Almadén,
lo que el Consejo aceptó, cesando además a D. Guillermo Sánchez Martín, quien
venía ejerciendo ese puesto desde 1924. El doctor Sánchez Martín estaba muy mal
visto por los mineros porque no se había opuesto al aumento de la duración del
jornal en las labores subterráneas de cuatro horas y media a seis. Vallina
disponía de información privilegiada sobre la conspiración militar que se
tramaba en Marruecos, así que la rebelión armada del 18 de julio de 1936 no le
pilló de improviso: “Desde el primer momento conté con la combatividad de
los mineros, con la dinamita que llenaba el polvorín y con los talleres de la
mina útiles para la fabricación de bombas”.
La fragua de Mercurio se transformó
así en la de Marte, convirtiendo los frascos de hierro en los que se envasaba
el mercurio en potentes bombas de dinamita y transformando también los camiones
de transporte del establecimiento minero en improvisados tanques de guerra
mediante el uso de chapas de hierro colado y acero. Vallina formó una milicia
popular de unos 500 hombres y se dirigió hacia el valle de los Pedroches, donde
quedó establecido el frente de guerra que, con pequeños avances y retrocesos,
permaneció inalterable hasta finales de marzo de 1939. Con el frente del sur
asegurado, Vallina decidió abandonar Almadén en agosto de 1936: “Toda esta
zona en 80 kilómetros a la redonda se encuentra asegurada del enemigo; me voy a
curar heridos al frente de Guadalajara”.
Epílogo
Vallina estuvo destinado en varias
provincias durante los tres años de guerra, recorriendo Guadalajara, Cuenca,
Albacete, Valencia y, por fin, Barcelona antes de pasar a Francia en febrero de
1939: “Amaneció el nuevo día, la lluvia cesó y el sol lanzó sus primeros
rayos para calentar nuestros cuerpos ateridos por el frío. Y toda aquella
muchedumbre de más de mil personas se puso en marcha por aquellas colinas en
dirección a la frontera francesa”. De Perpiñán pudo pasar a París y de allí
marchó a la República Dominicana. Mucho lamentó Vallina la pérdida de su
biblioteca de más de 20.000 volúmenes, mientras que algunos dirigentes de la
República sacaron de España “el viejo orito”.
En 1940, ya en Santo Domingo,
coincidió con el doctor López de Haro, a quien había conocido en Almadén
durante los años de la República, pero mientras este permaneció en Santo
Domingo, Vallina y en familia marcharon a Loma Bonita, en la deprimida región
mexicana de Oaxaca, de la que precisamente era oriundo el famoso anarquista
Ricardo Flores Magón (1873-1922). En Loma Bonita, Vallina abrió un consultorio
médico-quirúrgico para atender a los mexicanos pobres y a los indios, sin
abdicar nunca de sus ideales anarquistas. Solamente cuando tenía más de ochenta
años, consintió en ir a vivir a Veracruz, ciudad en la que falleció en 1970,
con tan escasos bienes como los que había poseído en vida.
Y para terminar, las palabras que le
dedicó el médico y profesor José Vicente Martí Boscá: “Pedro Vallina
representa por sí mismo una parte esencial de la historiografía anarquista
española y europea, el ejemplo del revolucionario infatigable unido al del
facultativo honesto y riguroso con un inmenso sentido social de su práctica
médica”.
©Ángel Hernández Sobrino
2 comentarios:
Impresionante biografía. Gracias por traerla ante nosotros.
Muchas gracias a Ángel Hernández por estos retazos de historia. Increíble la biografía que nos muestra del Doctor Vallina, un personaje histórico desconocido para mi y estrechamente ligado a la historia reciente de Almadén y España.
Esperando un nuevo artículo.
Muchas gracias!! Un saludo.
Gustavo Román Sánchez Sepúlveda.
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