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lunes, 1 de junio de 2020

LOS NIÑOS MINEROS



Desde hace siglos se ha venido utilizando mano de obra infantil en la industria minera. En Almadén, la existencia de galerías subterráneas de pequeño tamaño en la mina de Las Cuevas sugiere el empleo de niños esclavos en la época romana para la búsqueda del bermellón.
Esta debía ser una práctica común en aquel período, como lo demuestra la estela funeraria encontrada en las minas de plomo de Baños de la Encina (Jaén). En dicha estela, que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional, aparece Quartulo, un niño de cuatro años, con un pico y una cesta cargada de mineral, con la conocida inscripción mortuoria romana “Que la tierra te sea leve”.

Siglos después, el trabajo infantil seguía constituyendo un episodio frecuente en la minería española y se calcula que todavía en la década de 1920, uno de cada cinco trabajadores era menor de edad. No obstante, ya el gobierno de la Primera República había regulado el trabajo infantil en 1873 y en el texto de la ley se estableció la prohibición de trabajar en industrias, talleres, fundiciones y minas a los menores de 10 años y se limitaba a cinco horas la jornada laboral para los niños menores de 13 años y para las niñas menores de 14. Pese a ello, esta ley no tuvo una aplicación efectiva y no pasó de ser una declaración de intenciones, así que niños menores de 10 años siguieron trabajando en la agricultura y en la industria, y los menores de 13 daban jornales de hasta doce horas diarias. El trabajo en las labores subterráneas estaba prohibido para los menores de 16 años, pero ninguna empresa minera cumplía lo ordenado.

La legislación de 1900 mantuvo la prohibición de trabajar en el interior de las minas a los menores de 16 años, pero hasta las propias instituciones incumplían la ley, como es el caso del Ayuntamiento de La Unión (Murcia), que se negó en 1901 a rebajar la edad del trabajo infantil por considerarlo insustituible. En las minas de esa zona de España, los niños se incorporaban al trabajo a los 9 años, y hasta cumplir los 16 se encargaban habitualmente del transporte y vaciado de vagonetas o de la selección del mineral. Como los salarios de sus padres eran bajos, había muchos niños que trabajaban como ayudantes de los mineros adultos.

Las tareas de inspección y vigilancia de los trabajos competían a los ingenieros y uno de ellos escribió después de su visita a las minas de La Unión “... pequeñas criaturas sin desarrollo corporal que ganan dos pesetas por transportar el mineral desde el lugar de arranque hasta el punto de subida a superficie”. En cambio, otro ingeniero señalaba sin ningún escrúpulo la ventaja ecomómica de emplear niños de 10 a 15 años: “... ellos compensan con exceso la inferioridad del peso transportado con la velocidad de los desplazamientos”, de lo que se deduce que el empleo de mano de obra infantil no era una cuestión importante, a diferencia de las enfermedades profesionales y accidentes sufridos por los mineros.

En el caso de las minas de plomo de Linares (Jaén), la situación era similar, pues los niños trabajaban desde los 6 años y durante inacabables jornadas en condiciones insalubres y peligrosas. Aunque el artículo octavo de la ley de 1900 establecía la obligación de los patronos de conceder dos horas diarias a los menores de 14 años para recibir instrucción primaria y religiosa, la precaria economía de sus hogares obligaba a los niños a interrumpir su instrucción para  incorporarse al mundo del trabajo y nada menos que se calcula que el 15% de los operarios de los establecimientos mineros entre los años 1868 y 1914 eran niños.

Con el paso de los años, las leyes sobre el trabajo infantil se hicieron cada vez más restrictivas: en 1902 se estableció un máximo de once horas diarias de trabajo para los menores de 16 años y se obligó a las empresas a concederles el descanso dominical; en 1908 se prohibió trabajar a los menores de 16 años en minas y canteras, y en 1910 se aumentó la edad a los 18 años. Pese a ello, las irregularidades continuaron produciéndose, siendo cómplices a partes iguales empresarios y progenitores.

El mantenimiento del trabajo infantil convenía tanto a los empresarios como a los obreros, pues para los primeros, los bajos salarios de los niños permitían paliar la escasa productividad y la falta de competitividad de muchas industrias, mientras que  para los segundos, los jornales infantiles eran un complemento indispensable para equilibrar el presupuesto familiar en una época en la que el coste de la vida era muy alto. Otro efecto negativo de la existencia del mercado laboral infantil, muy abundante también en la agricultura, fue el detrimento de la escolarización, lo que supuso que a principios del siglo XX, la tasa de alfabetización en nuestro país era solo del 44%, mientras que en Francia era del 83% y en Gran Bretaña del 97%.

El trabajo infantil en las minas de carbón asturianas

El ingeniero García Arenal refleja, en 1885, las consecuencias del trabajo infantil en Asturias: “El empleo de los chicos entre los once y doce años, como viene haciéndose, es lo más perjudicial que imaginarse pueda para su desarrollo y cultura intelectual. El primero se verifica de un modo incompleto, estando en general dedicados a trabajos superiores a sus fuerzas y por lo mismo antihigiénicos, así es característico el aspecto de todos estos desgraciados que a los 16 años parece que tienen 13, y aun menos, respecto a fuerza y vigor, y 20 en cuanto a vicios y aires hombrunos”.

El caso de la Sociedad Anónima Minas de Riosa, fundada en 1899 con el objetivo de adquirir en subasta pública el mayor coto hullero de Asturias, constituye un buen ejemplo de trabajo infantil en las minas de carbón, ya que  esta empresa ocultaba la fecha de nacimiento de bastantes operarios. De este modo, el porcentaje de los niños empleados en ella solo alcanzaba el 10%, mientras que la media nacional rondaba el 20%, pero cuando se cotejan los salarios de la plantilla, se ve que había un amplio grupo de trabajadores que cobraban aproximadamente la mitad que el resto. Se trata claramente de los llamados guajes en Asturias, niños que ayudaban a los picadores en la tarea de arrancar el carbón.

Otro trabajo infantil característico en estas minas era empujar a brazo por los socavones los vagones cargados de carbón, sustituyendo así a las mulas. Los médicos asturianos reflejaban con crudeza esta situación: “Pobres niños empleados en esas ocupaciones, víctimas ya de su propia miseria. En cuanto tienen trece o catorce años ya los mandan a trabajar a las minas por el afán de lucrarse de un mísero jornal a costa del desarrollo y la cultura de estos pobres niños”. Las consecuencias de esta situación eran las ya consabidos abandono de la escuela y retraso psicosocial.

La solución de esta lamentable e injusta situación era perentoria y la escuela debía asumir la educación que los niños no recibían en el hogar paterno. De esta manera, aislados del mal ambiente familiar y social, los niños estarían en condiciones de recibir unas normas físicas y morales que les convirtieran en   hombres y mujeres útiles a la sociedad. La propuesta educativa fue calando en las grandes empresas asturianas y  Lucas Mallada se felicitaba en 1911 de que la provincia de Oviedo figuraría en primera línea en lo que concierne a la enseñanza. El caso de Hullera Española resulta ejemplar al respecto, ya que en 1911 sostenía a cuatro escuelas que acogían a casi mil niños.

Los niños mineros de Almadén

Almadén no fue una excepción en cuanto a la utilización de mano de obra infantil. La primera referencia escrita que he encontrado es de mediados del siglo XVI y en ella se explica que para extraer el mineral por el socavón del Pozo había un niño de 8 o 9 años con dos asnos. En otra noticia de esa época se cita el fallecimiento de un niño de solo 9 años en las labores subterráneas.      Otro legajo del Archivo Histórico Nacional se refiere al administrador y gobernador de Almadén, Ambrosio Rótulo, quien escribe que en las escombreras trabajaban niños y mujeres, y otras personas que no podían hacerlo dentro de los pozos, de modo que por lo general solo los hombres y muchachos trabajaban en el interior de la mina, mientras que los niños y mujeres, y también los ancianos, rebuscaban pedazos de mineral en las escombreras y lo troceaban con porrillas de hierro para introducirlo en las ollas de los hornos.

El paso de los años no cambió esta situación y todavía dos siglos después había niños de ocho años de edad trabajando en el exterior de la mina e incluso en las labores subterráneas. En 1737, D. Alonso Cortés de Salazar, superintendente y gobernador de Almadén, ordenó que fuesen preferidos para el servicio de la mina los muchachos que supiesen leer y escribir, a fin de obligar a sus padres a que los enviaran a la escuela. En la providencia que dictó al respecto, se demuestra que chicos de corta edad ayudaban a los barreneros a perforar el mineral, consistiendo su trabajo en ir de las labores subterráneas a la fragua, donde los herreros afilaban las barrenas y piquetas, y volver con las ya aguzadas al interior de la mina. En 1756, el gran ingeniero militar Silvestre Abarca, a quien la Corona había destinado a Almadén, citó en uno de sus informes a “... muchachos de siete años que empiezan por entrar las barrenas en las minas”. Algunos de estos niños fallecieron en accidentes ocurridos en las labores subterráneas, como es el caso de Ramón Ruiz, de solo nueve años de edad, “... al que sacaron muerto de la mina” en la primavera de 1761.

En 1787, D. Gaspar Soler, superintendente del establecimiento minero, dispuso que treinta individuos “... queden excluidos por pequeños de todo trabajo en estas Reales Fábricas y cercos”. En 1799, una Real Orden mandó que no fuesen admitidos al trabajo en las minas los menores de 14 años y que estos habían de saber leer, escribir y contar. Sus padres, por lo general también operarios del establecimiento minero, eran los primeros interesados en que sus hijos empezaran a trabajar cuanto antes para que aportaran algo más de dinero al hogar y consiguieran un empleo estable. A cambio, estos chicos empezaban a ver quebrantada su salud por los vapores de mercurio desde muy jóvenes.

D. José Parés y Franqués, médico del Real Hospital de Mineros, refería así estos padecimientos en 1778: “Muchos tiemblan enormemente desde la edad de 8 o 9 años, en que comenzaron a frecuentar los hornos de fundición... o en que principiaron a ocuparse en aquellos más ligeros trabajos de la mina y de menos habilidad… Otros comienzan mas tarde. Y son infinitos los que sufren este temblor por espacio de 25 o 30 años”. Y después, el prematuro retiro del trabajo o la muerte, que no se sabe qué es mejor, pues todavía no hay montepío ni pensiones dignas para aquellos que han perdido la salud en los trabajos de la mina y de los hornos, sino una mísera limosna.

Las centurias del XIX y del XX en Almadén

En el Archivo Histórico Nacional, sección Fondos Contemporáneos-Minas Almadén, se conserva un cuaderno titulado “Muchachos de los cercos y de la zafra por hacienda”, con los datos de los chicos que trabajaron en la mina a costa de la Hacienda Pública entre los años 1844 y 1884. El 6 de diciembre de 1844, D. Francisco de La Valette, fiscal de la Superintendencia General de Azogues, se dirigió al director de las minas de Almadén en los siguientes términos: “En 15 de septiembre de 1839 dispuso el Sr. Director General de Minas del Reino, comisionado regio en aquella época para visitar este establecimiento, se ocupasen en varios trabajos dependientes de los cercos de San Teodoro y Buitrones, cierto número de muchachos, tanto por la economía que producían en razón al corto jornal que se les abonaba, y por cuyo medio se desempeñaban trabajos que costaban mucho menos que si se encargasen a los hombres, como por acostumbrar a aquellos desde pequeños a las faenas y fatigas de los trabajos exteriores de establecimiento, preparándolos así para pasar a los interiores al tener la edad correspondiente”.

Por entonces, a primeros de diciembre de 1844, se encontraban trabajando 140 muchachos en el recinto de los pozos y 73 en el de los hornos. En el primero de ellos se encargaban de la medición, mezcla y cernido de la cal; de la limpieza del malacate de caballerías y del arreglo de su piso; de las excavaciones en las canteras y de la conducción de la piedra a la mina; del arreglo de los caminos y carriles, y otros. En el recinto de los hornos, las tareas eran transportar la escoria de los hornos a las escombreras; preparar los hollines para fabricar ladrillos y volver a tratarlos; limpiar las cámaras de los hornos; romper con mazas las piedras de mineral, y otros.

La edad de los que trabajaban en el recinto exterior de los pozos oscilaba entre los 12 y 16 años, mientras que en el de los hornos había trece muchachos que superaban los 16 años y, de ellos, cuatro tenían más de 20. A este asunto se refirió el fiscal de La Valette, indicando que “... la permanencia de estos muchachos mayores en los trabajos exteriores disminuye el número de los disponibles para los trabajos interiores de transporte y de destajo, que pueden sacarse de los que en esta clase existen en la actualidad y tengan disposición para ello”.

En cuanto al salario, los muchachos del recinto de los pozos ganaban entre 1,5 y 3,5 reales por jornal, mientras que los de los hornos percibían entre 2 y 3,5 reales. Este sueldo tan escaso hizo que D. Antonio de la Escosura y Hevia, superintendente y gobernador de Almadén, se dirigiera a la Superintendencia General de Azogues, solicitando una subida del mismo, a lo que el fiscal de La Valette le contestó que “... aun cuando quisiera, satisfaciendo con esto los deseos de mi corazón, conformarme en un todo con la propuesta que Vd. me hace de aumento de jornal a los muchachos que han de seguir ocupándose en los siguientes ejercicios exteriores, se opone a ello el aumento de gastos que esto produciría y que al año asciende a 13.000 reales”.

El fiscal de la Superintendencia solo admitió aumentar el sueldo en medio real por jornal a 51 de los 213 muchachos, que serían aquellos que más lo mereciera. Además, su magnánimo corazón” permitió que se le aumentara el jornal en medio real a “... Juan Antonio Laguna, en razón a los méritos de su padre, que pereció víctima de los trabajos de las minas, y a Carmelo Montañés, por la compasión que inspira su estado y la circunstancia de ser huérfano de padre y madre que fueron víctimas del cólera”.

Por esos años, la comercialización del mercurio de Almadén estaba en manos de la Banca Rothschild y la producción de dicho metal e ingresos netos de la Hacienda en la campaña 1843-1844 habían sido los siguientes:
·       Mercurio obtenido   ..    20.796,28 quintales
·        Ingresos brutos   ......    33.897.936,40 reales
·      Gastos de producción                  5.542.180,03 reales
·     Ingresos netos   ........    28.355.756,37 reales 

Así es que los 13.000 reales de aumento de jornal que había pedido el superintendente Escosura para los 213 muchachos que trabajaban en los recintos de los pozos y los hornos a finales de 1844 suponían un 0,04% del beneficio obtenido por la Hacienda Pública en la campaña 1843-1844, cuando Almadén, un año más, había contribuido a resolver el problema de financiar al Estado español con el mercurio de sus minas. La Hacienda española evitaba así año tras año su quiebra, mientras sus prestamistas, los Rothschild, conseguían unos formidables márgenes de beneficio con el mercurio de Almadén. Los banqueros judíos recogían el metal en Sevilla y lo transportaban a Liverpool y Londres, desde donde lo vendían a todo el mundo, y con esa simple operación de intermediación obtenían unos rendimientos que a veces incluso superaban a los de Minas de Almadén.

Un cuarto de siglo después, la utilización de chicos jóvenes, a veces solo niños, en el trabajo de las minas llamó la atención de D. José de Monasterio, ingeniero y director de Almadén, quien escribía lo siguiente: “El pueblo está siempre inundado de chiquillos, y los padres, con honrosas excepciones, se cuidan poco de instruirles ni dedicarlos a faenas agrícolas; pero en cambio, apenas cuentan nueve o diez años, solicitan una plaza en el trabajo del exterior de las minas, para que les ayuden con un real y medio o dos reales con que empiezan, sin calcular que esa ayuda es a costa de las fuerzas y el desarrollo de esos pobres niños, que debían estar en la escuela en vez de ir a otra de vicios, donde aprenden, antes que todo, la manera de eludir el trabajo, las más veces superior a sus fuerzas”.

Menos mal que en 1908 se fundó por Real Orden la Escuela de Hijos de Obreros de Minas de Almadén, construida en el solar que albergaba la antigua factoría de bueyes y mulas de la Real Hacienda. Fue un gran éxito, pues ya en el primer curso hubo 350 alumnos, de los que 300 eran hijos de operarios de la mina y también de comerciantes, artesanos y campesinos de Almadén, mientras que los otros 50 eran adultos analfabetos que asistían a clases nocturnas. La enseñanza infantil tenía un marcado carácter religioso y se basaba en la memorización y en la disciplina, sin interesarse en otras cuestiones pedagógicas o sociales.

Todavía en la década de 1920, los muchachos de Almadén seguían desempeñando faenas que perjudicaban gravemente su salud. El folleto editado por el Consejo de Administración con motivo de la Exposición Internacional de París de 1937 muestra una fotografía en que se recogía la operación de levante de aludeles”, donde varios muchachos de corta edad se aplicaban en la limpieza y colocación de los tubos cerámicos de los hornos de mercurio. Aunque estas tareas se realizaban al aire libre, la temperatura que tenían dichos tubos y el mercurio contenido en los hollines hacían irrespirable la atmósfera.

El médico D. Guillermo Sánchez Martín realizó en los años 1923 y 1924 diversos experimentos en estos lugares de trabajo y quedó demostrada la abundancia de vapor de mercurio.  A uno de estos muchachos le colocó una careta donde había una placa de oro, en la que en sólo 28 minutos se fijaron 3 miligramos de mercurio. El citado doctor realizó experiencias similares en la operación de batido de los hollines de los hornos y se detectaron también elevadas proporciones de mercurio en el aire que respiraban los operarios. En palabras del médico higienista, se trataba de “... una atmósfera molesta por el polvo que se ve y siente, y perjudicial por el vapor de mercurio que no se ve”.

Epílogo

Se calcula que actualmente todavía hay en el mundo un millón de niños trabajando en minas y canteras, siendo Asia, África y América del Sur los continentes donde hay más explotación infantil. Estos pequeños mineros dedican diez o doce horas diarias a extraer diversos minerales de labores subterráneas inseguras e insalubres, de sacar oro de los aluviones de los ríos, de transportar arcilla para fabricar ladrillos  o de aporrear rocas en las canteras para convertirlas en grava. Además del peligro de perder la vida o quedar inválidos, la mayoría sufre desnutrición, lo que les provoca un deterioro físico y mental, y todos ellos perderán los  años de la infancia sin recibir la educación que les permitiría disfrutar de un futuro mejor.


©Ángel Hernández Sobrino


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