Inauguración del busto del Dr.
López de Haro en el Hospital
de Mineros, año 1935. Archivo Histórico Nacional.
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Uno de los más penosos oficios del
hombre es el de minero, especialmente si se trata de minería subterránea.
Todavía hoy es un trabajo duro y peligroso, tanto más si retrocedemos en el
tiempo, cuando los medios técnicos de arranque y extracción del mineral o el desagüe de las minas eran manuales, la ventilación de las labores
muy escasa y las medidas de seguridad e higiene casi inexistentes.
Por un lado
estaban los accidentes, que provocaban la muerte o la incapacitación de los
operarios debido a hundimientos de las explotaciones, caídas por pozos y
coladeros, explosiones de dinamita o de grisú, u otras causas; por otro, las enfermedades,
como la silicosis, causada por la
inhalación del polvo de sílice, el saturnismo, envenenamiento por plomo, el hidrargirismo,
por mercurio, y varias más.
Queda justificado pues, que para una
actividad tan peligrosa como la minería se crearan hospitales y botiquines
dedicados específicamente a la cura de mineros enfermos y accidentados. La ley
de accidentes de trabajo, vigente en España desde 1900, sancionaba la
preocupación por la salud y seguridad de los obreros, las cuales estaban
especialmente amenazadas desde la revolución industrial. Otras muchas leyes se
fueron publicando en las primeras décadas del siglo XX, pero hay que poner de
manifiesto que la frecuencia y gravedad de los accidentes y de las enfermedades
de los mineros demuestran con claridad la enorme diferencia existente entre las
normas y la realidad del trabajo en la mina. No obstante, hay que reconocer que
en los yacimientos explotados por empresas importantes, como Riotinto,
Peñarroya o Almadén, las condiciones de seguridad e higiene fueron mejorando
con el paso de los años, a lo que se añadieron otras mejoras sociales como
vivienda, economato o escuela.
En Almadén se conoce desde hace siglos
la insalubridad de su mina y la influencia malsana que ejercía el mercurio
sobre la salud de los operarios que trabajaban en las labores subterráneas, los
hornos de tostación del cinabrio y el almacén donde se pesaba y envasaba el
mercurio. Al hidrargirismo había que añadir la silicosis y otras enfermedades
pulmonares, como la neumonía y la bronquitis crónica, provocadas por los
bruscos cambios de temperatura entre diferentes sitios del interior de la mina
o en la salida de los operarios al exterior. Y todo lo anteriormente dicho se
agravaba porque los mineros comenzaban a trabajar desde la infancia, tal y como
indicaba ya en 1778 Don José Parés y Franqués, médico de los mineros de Almadén
“…y desde tan tierna edad se sujetan
sus cuerpos a los acicates de los
minerales. Así van siguiendo los trabajos, de los más sencillos y suaves a los
mayores y de más fatiga, según su tiempo y robustez”.
En los años de que trata este
artículo, la década de 1930, el hidrargirismo venía siendo combatido a fondo
desde que el doctor Guillermo Sánchez Martín hubiera efectuado en 1923 un
estudio médico de unos 1.900 operarios del establecimiento minero. De ellos,
574 estaban afectados de dicha enfermedad, en su mayoría barreneros y perforistas. El citado doctor
recomendaba en las conclusiones de su estudio al director de las minas procedimientos
preventivos de higiene industrial, como la mejora de la ventilación de las
labores subterráneas, y prácticas de profilaxis individual.
El
doctor López de Haro en Almadén
Cuando en 1931 falleció el doctor
Estanislao Cabanillas, quedó vacante una plaza de médico del Real Hospital de
Mineros, cuyo director era en esos años el doctor Guillermo Sánchez Martín. Se
necesitaba por tanto contratar a un nuevo médico con experiencia en cirugía y
traumatología para que asistiera a los mineros heridos. Aunque en Almadén se
han producido históricamente menos siniestros que en otras minas debido a la
propia naturaleza de las rocas, sí ha habido bastantes accidentes graves y
algunos mortales. Los datos que se conservan en el libro de accidentes indican,
por ejemplo, que entre 1922 y 1934 hubo ocho mortales, cuatro de ellos por
caídas por los pozos, dos por desprendimiento de rocas y otros dos por
electrocución. En cambio, en la cercana mina de plomo San Quintín, término
municipal de Cabezarados, el historiador Jorge Juan Trujillo Valderas informa
que entre 1890 y 1899 se produjeron nada menos que veintidós accidentes
mortales con veintisiete mineros fallecidos.
Las Sociedades Obreras de Zafreros y Albañiles
de Almadén solicitaron al Consejo de Administración de las minas que la citada
vacante del hospital minero fuera provista mediante concurso-oposición entre
los médicos de la localidad. Poco después se recibió otro escrito en el Consejo
de Administración, firmado por muchos obreros, en el que se pedía que la plaza
se concediera al médico de Almadén que tuviera mayores conocimientos de cirugía
general. El Consejo, organismo dependiente del Ministerio de Hacienda, no pudo
acceder a lo solicitado ya que sus estatutos no lo permitían y convocó un
concurso abierto en todo el Estado español.
Al concurso se presentaron 38
instancias documentadas y el Consejo, después de una amplia deliberación, elevó
una terna al ministro de Hacienda para que este designara al que considerara
más oportuno. Los concursantes con mayores méritos fueron: Don José Luis
Rodríguez López de Haro, Don Luis Tejedor Pérez y Don Primitivo de la Quintana
López. El Consejo le indicó al ministro que este orden no sugería preferencia
alguna, pues los tres seleccionados tenían análogos méritos. Al final, el
elegido fue el primero de ellos.
El doctor López de Haro unía a un
brillante expediente académico una considerable experiencia profesional, a pesar
de tener sólo 33 años. Había ejercido de médico en el hospital de la
Beneficencia de Madrid y después de ser médico titular de Ossa de Montiel
(Albacete) durante un año, había pasado a desempeñar el mismo puesto en
Almadén. Además, había publicado algunos artículos en revistas médicas y
llevado a cabo más de un centenar de intervenciones quirúrgicas. Este último
era el factor que más debió pesar en la decisión de nombrarle médico del
hospital de mineros, pues cada año se producían varios accidentes traumáticos
de mayor o menor gravedad en el interior la mina, en los hornos de tostación
del mineral y en las canteras de piedra, la cual se utilizaba para fortificar
las labores subterráneas. Por otra parte, al ser el hospital de mineros el
único centro médico de Almadén con sala de operaciones quirúrgicas, el doctor López
de Haro realizó, aunque no era su obligación, muchas intervenciones a las
personas humildes de la comarca, quienes no podían desplazarse por falta de
medios económicos a otros establecimientos sanitarios.
El
hospital de mineros
El hospital de mineros era por
entonces el mejor en muchos kilómetros a la redonda. En una época en la que la Seguridad Social
no existía, para disponer de un centro hospitalario de la calidad del de
Almadén había que desplazarse a Ciudad Real, situada a unos 100 kilómetros, o
Córdoba, a unos 130. En el hospital minero había dos médicos, ocho
practicantes, seis subalternos y cuatro monjas. En 1936 se añadió un tercer
médico, el doctor Matías Sanz Arenas, con la finalidad principal de luchar
contra la tuberculosis, que había afectado, entre otros vecinos de la localidad,
a ocho hijos de mineros.
Ya en 1930, el Consejo de
Administración había mostrado su preocupación por la especial incidencia de la
tuberculosis en Almadén, si bien esta era una enfermedad que constituía una
verdadera plaga social en toda España, calculándose que entre 1925 y 1930
habían fallecido por esta causa nada menos que 175.000 personas, y es que un
tuberculoso en la España de entonces tenía un pie y medio en el cementerio. En
Almadén, el número de muertes por tuberculosis pulmonar para el mismo periodo
de tiempo ascendió a 37 personas, 29 hombres y 8 mujeres. El Consejo de Administración de las minas era
consciente que la profesión de minero llevaba en sí misma un factor
predispuesto al padecimiento de enfermedades pulmonares y por ello se había
propuesto a título de ensayo un Servicio Antituberculoso en el hospital de mineros,
evitando así además que la enfermedad del padre de familia contagiara a la
esposa e hijos en el hogar.
Por su parte, los ocho practicantes no solo atendían el hospital, sino también el
botiquín de urgencias que había en el propio recinto minero. De los
subalternos, tres eran mozos de hospital y los otros tres eran mujeres: una
cocinera, una lavandera y una moza de hospital. A pesar de estar en plena
República, las hermanas de la
Caridad continuaban su labor humanitaria y el mismo doctor
López de Haro reconocía que, “…superados
los prejuicios que respecto a ellas poseía, llevan vida de sacrificio y
renunciamiento en beneficio del desvalido, sus desvelos por el enfermo y su
amor eterno y consuelo perseverante al dolor del que sufre y padece”.
López
de Haro y Lerroux
La primera vez que Alejandro Lerroux
visitó Almadén fue en 1902 y desde entonces se había preocupado por el
bienestar de sus mineros. En 1904 denunció su situación de abandono y consiguió
que el Gobierno enviara una comisión oficial para que aconsejara cómo mejorar
la explotación del yacimiento de mercurio, no solo desde el punto de vista
técnico sino también desde el higiénico y sanitario. Lerroux también fue
partidario en 1916 de la creación de un Consejo de Administración como
organismo responsable del establecimiento minero, oponiéndose así al proyecto
de ley de Santiago Alba, ministro de Hacienda, quien había propuesto arrendar
las minas de Almadén, puesto que no producían todo lo que se esperaba de ellas.
El doctor López de Haro era
republicano radical y se presentó por el partido de Lerroux a las elecciones de
1931, pero las perdió. En una carta dirigida al decenario Justicia, órgano del Partido Socialista, escribió a este respecto
en julio de dicho año: “En la política
sí, he dado un patinazo, pero de buena fe; si nos hubiéramos unido a los socialistas,
a estas horas con mi acta de diputado, mis sandalias y sombrilla, presumiría
muy ufano por la calle Ancha, pero tomar ese rumbo hubiera sido separar para
siempre el pueblo de Almadén de su gran padrecito Alejandro Lerroux y tirar por
la ventana una historia de treinta años de relaciones y cariño; ahora que puede
recogerse el fruto de tanta espera, yo no podía echar sobre mi conciencia esa
responsabilidad por egoísmo que nunca sentí”.
Reconocimiento
popular
Ya en 1932, Don Manuel Medina, en
representación de los mineros operados por el doctor López de Haro con resultado
satisfactorio, se dirigió al Consejo para rogarle que autorizara la colocación
de una estatua dedicada a dicho médico al lado de la puerta del Hospital de
Mineros. El Consejo le contestó que, prescindiendo de los merecimientos del
citado doctor, se oponía a este tipo de homenajes.
En una reunión celebrada en 1934, el
Consejo hizo constar su satisfacción por la labor realizada por el doctor López
de Haro. Además, el Consejo reflejó en el presupuesto de 1935 la instalación
completa de un laboratorio de investigaciones biológicas, la dotación de nuevos
estudios sobre el hidrargirismo que desearan realizar médicos higienistas, la
adquisición de un coche ambulancia para el traslado de enfermos y heridos, y la
creación de una plaza de odontólogo, puesto que el vapor de mercurio producía estomatitis
frecuente en los operarios. En un estudio que había llevado a cabo en 1922 el
doctor Fernández Aldama, otro médico afincado en Almadén, se demostró que de
420 barreneros reconocidos, 419 presentaban anemia y 407 estomatitis.
En 1935 fue el diputado Izquierdo
Jiménez quien dirigió un ruego al ministro de Hacienda, solicitando que fuera
colocado un busto del doctor López de Haro en el hospital de mineros. El
Consejo de Administración no sólo se adhirió entonces al homenaje, sino que sufragó los gastos de
su colocación. Por fin, el 1 de junio de 1935, se instaló el busto cerca de la
entrada del hospital y se le dio a la glorieta el nombre de Doctor López de
Haro.
El
doctor Vallina
El Sindicato Minero de Almadén y la
Federación de Sociedades Obreras remitieron una instancia al Ministerio de
Trabajo en abril de 1936, solicitando que fuera nombrado jefe de los Servicios
Sanitarios del establecimiento minero el doctor Pedro Vallina Martínez. Este
era un médico de ideario anarquista que había sido desterrado de Sevilla a
Siruela (Badajoz) durante la dictadura de Primo de Rivera. Al caer esta le fue
levantado el destierro durante el gobierno Berenguer y concedida la libertad
condicional a condición de no pisar Andalucía, y entonces decidió afincarse en
Almadén. El Ministerio de Trabajo envió la citada instancia a la Dirección
General de Sanidad y esta, a su vez, al Consejo de Administración para que
informara sobre la misma. El Consejo se sorprendió, porque era al Ministerio de
Hacienda, a propuesta suya, a quien correspondía nombrar o cesar al jefe de los
Servicios Médicos.
Sólo un mes después, el Consejo recibió otra
instancia firmada por los doctores Vallina y López de Haro, Don Manuel Meca
(presidente del Sindicato Minero) y Don Amadeo Aceña (presidente de la
Federación de Sociedades Obreras), solicitando que los Servicios Sanitarios de
las Minas de Almadén se dividieran en dos secciones: a) Medicina e Higiene y b)
Cirugía e Incidentes de Trabajo. La primera estaría a cargo de un médico jefe,
Pedro Vallina Martínez, con plena autoridad directiva y administrativa. La
segunda estaría a cargo de otro médico jefe, José Luis Rodríguez López de Haro,
también con plena autonomía directiva y administrativa. Además manifestaban en
la instancia que el médico tercero, el doctor Matías Sainz Arenas, médico
contratado específicamente para la lucha antituberculosa, estaría a las órdenes
de los anteriores. Los firmantes indicaban también que elevaban otra instancia
en el mismo sentido al ministro de Hacienda. Entretanto, el doctor Guillermo
Sánchez Martín, director del hospital de mineros, había sido destituido y
expulsado de Almadén junto con otros mandos del establecimiento, entre los
cuales se encontraban el director y los ingenieros de la mina.
La
guerra civil
Al llegar la guerra civil, los
doctores López de Haro y Vallina abandonaron Almadén, pero su amistad continuó
durante el desarrollo de la misma. A pesar de que fueron destinados a lugares
diferentes, en 1938 se encontraron en Valencia, cuando ya la salud del doctor
Vallina estaba afectada por una dolencia cardiaca. Dos meses después pasaron
unos días juntos en Barcelona y, tal y como escribió el doctor López de Haro, “…en marzo de 1939 saltamos a Francia, como
saltan las astillas bajo el hacha, y durante el exilio ya no volví a verle”.
Entretanto en Almadén, el vocal obrero
se dirigió al Consejo para informarle de que “…sabe de una manera oficiosa, aunque segura, que el Dr. Vallina, que
estaba al frente de los Servicios Sanitarios por encargo del Frente Popular, ha
cesado en sus funciones, ausentándose de Almadén”. Dicho vocal solicitaba
al Consejo que se le abonaran los cuatro o cinco meses que el médico había
estado dedicado a atender a los obreros enfermos y accidentados, aunque el
Consejo todavía no le había designado para el cargo, esperando a que se
resolviera la crisis ministerial. El Consejo le concedió como pago de todos los
servicios médicos prestados desde el mes de marzo hasta agosto la cantidad de
3.500 pesetas. Así pues, el doctor Pedro Vallina abandonó repentinamente
Almadén a mediados de agosto con sus correligionarios anarquistas, “…no muy numerosos, pero muy buenos
compañeros”, como él mismo les definía. Su primer destino fue el frente de
Guadalajara.
En
cuanto al doctor López de Haro, en la sesión del Consejo celebrada en Madrid el
22 de octubre de 1936 se dio lectura a una carta suya, a la que acompañaba copia
de la orden del Ministerio de Marina y Aire, nombrándole provisionalmente
médico de la Flota
con destino en Cartagena. En dicha carta mostraba la intención de “…reintegrarme a mi puesto en las minas de
Almadén cuando termine el movimiento revolucionario”. Antes de marchar a su
destino en Cartagena, el doctor López de Haro, “Médico-Director del Hospital Civil de Mineros (hoy Hospital de Sangre
de nuestras Milicias Unificadas)”, realizó un estudio titulado “Divulgación científica para médicos,
sanitarios y profanos a propósito de los gases asfixiantes”. De este
trabajo editó un folleto en Almadén el Bloque Popular de Izquierdas (Comisión
de Sanidad).
En noviembre de 1936, el doctor López
de Haro se presentó en la sede del Consejo para
reclamar la gratificación que tenía solicitada por los servicios
prestados en Almadén, pero el Consejo no accedió a lo solicitado y le ordenó
que se reintegrara al servicio de las minas. Un mes más tarde fue a Valencia,
adonde el Consejo había trasladado su sede desde Madrid ante el temor de los bombardeos,
y comunicó al Consejo que a partir de diciembre tenía ya asignado un sueldo por
el Ministerio de Marina y Aire, por lo que solicitaba que fuera dado de baja en
la plantilla del establecimiento minero.
El 31 de enero de 1937, Indalecio
Prieto, a la sazón ministro de Defensa, denegó la instancia del doctor López de
Haro, teniente médico provisional de la Armada con destino en Cartagena, en la
que solicitaba poder pasar al servicio de otro Ministerio, por haber sido
nombrado por el de Sanidad para el cargo de presidente del Consejo Provincial de
Murcia. El ministro le indicó que “…queda
en libertad de solicitar su baja en la Armada, si así conviniera a sus
intereses, o continuar como tal teniente médico provisional, con el sueldo de
su empleo, que es el que le corresponde y el que debe disfrutar”. Cartagena
y su puerto naval fueron duramente castigados durante el desarrollo de la
contienda por la aviación franquista, que bombardeaba ambas con explosivos de
250 y hasta 500 kilogramos. No obstante, el doctor López de Haro mantenía
todavía viva por entonces la esperanza porque “…aunque aquello es un infierno, la unión es grande y costará mucho
demoler este baluarte”.
Epílogo
Al finalizar la guerra civil, el busto
del doctor López de Haro fue destruido por los franquistas, pero desde hace
unos años un nuevo busto suyo preside la glorieta que lleva su nombre, situada
en la fachada principal del hospital de mineros. En 1940, el doctor López de
Haro ya se encontraba exiliado en la República Dominicana ,
donde permaneció hasta su muerte, ocurrida en 1978.
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