El bermellón es una pintura de color rojo vivo que se hace con cinabrio (sulfuro de mercurio) en polvo, aunque también se puede fabricar a partir del mercurio, mezclando éste con azufre.
Para que las partículas del polvo rojo estén unidas se les añade diversos productos, como aceite de linaza y ceras especiales. Por su parte, el lacre es una pasta compuesta de goma laca y trementina, que generalmente se prepara en barritas de color rojo. Este color es debido a que se le añade bermellón. El lacre se derrite con facilidad y vuelve a solidificarse con rapidez, y era muy usado para sellar cartas y documentos.
El bermellón en la antigüedad
Las
sociedades primitivas de diversos lugares del mundo emplearon el bermellón como
materia colorante. Un caso bien conocido es la fabricación de tinta roja con
polvo de cinabrio en China durante la dinastía Shang-Yin (1751-1112 a.C.). En
algunos sitios de China, pero también en Copán (Honduras), han aparecido
enterramientos en los que el cinabrio fue utilizado para preservar el cuerpo
del difunto para la eternidad. En Japón se citan prácticas funerarias en las
que a los personajes ricos y nobles se les rellenaban narices, orejas y boca
con bermellón. El mundo mediterráneo también usó el bermellón antes que el
mercurio, con dataciones seguras anteriores a 1.500 años antes de Cristo. Un
pigmento rojo, que resultó ser cinabrio, fue encontrado en una tumba de Syra,
una civilización premicénica de la Edad del Bronce. Otro uso del cinabrio, en
este caso en las tribus preincaicas del Perú, era el de pintar la piel de los
guerreros que iban a la batalla y mantener así su cuerpo libre de espíritus
malignos. El rojo fue también el color favorito de los incas y se utilizó
asimismo como cosmético. Griegos y romanos conocieron diversos pigmentos de
color rojo, el más valioso de los cuales era el bermellón. Así lo afirma Plinio
en su Historia Natural: “También se halla en las minas de plata el bermellón,
y ahora es tenido para la pintura en grande estima. Y antiguamente, entre los
romanos, no sólo era de grandísima autoridad, sino venerado como cosa sagrada.
Y, cierto, a mí me admira la causa de esto, aunque también es cierto que se usa
hasta hoy en los pueblos de los etíopes y que se tiñen con ello todos los
hombres principales y que este color es allí el que se da a las imágenes o
estatuas de los dioses”. Incluso en la Biblia (Jeremías, 22:14) está
presente el bermellón como pintura nobiliaria: “Edificaré para mí casa
espaciosa y salas airosas; y le abre ventanas y la cubre de cedro y la pinta de
bermellón”.
El bermellón en la Edad Media
Los
árabes fabricaron igualmente bermellón para obtener los bellísimos rojos que
hoy podemos admirar en sus palacios y mezquitas. La Orden de Calatrava, dueña
ya de la totalidad de la mina de Almadén a finales del siglo XIII se dispuso
también a fabricar bermellón, un producto muy buscado por los mercaderes
extranjeros. Para ello solicitó la protección real que le fue otorgada en 1286
en estos términos: ”Tengo por bien que el
maestre y los frailes puedan hacer bermellón del argento vivo de sus minas en
sus mismos lugares, y que lo puedan sacar fuera de mis Reinos y hacer de ello
su pro”.
En
los siglos XIV y XV, los sucesivos explotadores de las minas, quienes las
arrendaban a la Orden de Calatrava, seguían haciendo bermellón, que al igual
que el azogue, podían llevarlo a vender donde quisieran. Como el mercado del
bermellón aumentaba, se autorizó a finales del siglo XV al arrendatario Alonso
Gutiérrez a construir una nueva casa para fabricarlo, pues la que había estaba
rodeada de vecinos, lo que les ocasionaba enfermedades a ellos y perjuicio al
bermellón. Asimismo se mandó cercar el corral donde se cocía el azogue para hacer
el bermellón.
El bermellón en la Edad Moderna
A
comienzos del siglo XVI continuaba la fabricación de bermellón en Almadén, como
lo prueba la cédula de 1508, en la que la princesa Juana ordenó que, teniendo
el rey de Portugal necesidad de cierto azogue y bermellón, se le entregase a un
precio justo y razonable. Los Fugger (en España conocidos como los Fúcares)
tuvieron arrendados los Maestrazgos, y con ellos las minas de Almadén, en casi
todo el período que va de 1525 a 1645. En sus apuntes contables figuran el
bermellón producido y los beneficios obtenidos con su venta.
Una
memoria de mediados del XVI nos indica cómo se fabricaba el bermellón. Para
ello se escogía el mineral de mejor calidad, de modo que rendía la mitad de su
peso, es decir que por cada kilo de mineral se producía medio de un bermellón
excelente. El método consistía en mezclar el mineral con azufre y cocer la
mezcla en una olla hasta que el azufre se embebía en dicha piedra y la dejaba
mucho más blanda. El coste de fabricación se estimaba a mediados del XVI en 10
ducados el quintal castellano de 46 kilogramos y se vendía a 22. En esa época
se producían unos 100 quintales al año, pero a finales del XVI, la producción
había ascendido a unos 150 quintales; asimismo, el precio también se había
incrementado considerablemente: en el año 1600, se ordenó enviar al monasterio
del Escorial, posiblemente para las pinturas al fresco, 20 quintales de
bermellón, a razón de 32 ducados el quintal.
Cuando
la administración de las minas de Almadén pasó a la Real Hacienda en 1646, la
venta del azogue y sus compuestos se convirtió en una de las rentas reales.
Estos compuestos eran el bermellón, el lacre y el solimán, que dejaron de
fabricarse en Almadén para hacerse en otros lugares de España. Una disposición
de principios del XVII prohibía la importación del extranjero de estos
productos, obligando a que fueran de naturaleza y fabricación propias. En
ocasiones, el bermellón se falsificaba mediante la mezcla con otro pigmento de
color rojo, pero más económico, el minio. Éste procede de la mezcla de dos
derivados del plomo y era conocido como azarcón. En 1728, los pintores y
doradores de Madrid elevaron una queja a Su Majestad en este sentido, pues si
al bermellón se le mezclaba azarcón, el color rojo se oscurecía con el tiempo.
Real Fábrica de bermellón y lacre
La
Real Hacienda, que estaba viendo cómo la venta de bermellón iba en aumento,
decidió a principios del XIX volverlo a fabricar en Almadén, después de dejar
su elaboración durante siglo y medio en
manos de particulares. Los encargados de llevar a cabo el proyecto fueron los
hermanos Diego y José de Larrañaga, el primero de ellos director principal de
las minas de Almadén y el segundo, director de la fábrica de bermellón y lacre.
En virtud de una Real Orden de 16 de septiembre de 1802 se confió al
superintendente de las minas, Pedro Hernando, y a Diego de Larrañaga la
fabricación de bermellón y lacre en Almadén. Por entonces la única fábrica en
España se hallaba en Sevilla y mantenía en secreto el procedimiento de su
elaboración. Hubieron de pasar seis años para que la tarea encomendada tuviera
éxito y se consiguiera ”... el feliz
resultado de haber obtenido un bermellón, que después de reconocido por el
profesor de Química Don Luis Proust y halládole de más brillo que el indicado
en Sevilla, mereció el real aprecio, ordenándose la continuación de estos
trabajos, los cuales ejecutados en grande, aunque con aparatos provisionales,
no solo han correspondido a los primeros ensayos en cuanto a la calidad y mayor
perfección del molido, sino que ofrece la ventaja de menor costo al que en el
día paga la Real Hacienda al expresado fabricante”.
Aunque
Diego de Larrañaga y Francisco de la Garza, director de las minas de
Almadenejos, habían ido a Centroeuropa por encargo del Gobierno español, no
consiguieron averiguar el método de fabricación que se usaba allí. Los
holandeses habían tenido casi todo el comercio de bermellón en su mano, pues
aunque no tenían minas, compraban el azogue necesario al emperador de Alemania.
Cuando los dos técnicos españoles llegaron a Idria, en la actual Eslovenia, la
mina tenía su propia fábrica de bermellón, que producía ya de 800 a 1.000
quintales anuales y había desplazado a los holandeses con un precio de venta
muy inferior. A pesar de la insistencia de Larrañaga y De la Garza para ver la
fábrica, no lo pudieron conseguir ”...
por la rigurosa prohibición que había para que a ninguno, aunque fuese del
mismo Establecimiento, se explicase ni manifestase cosa alguna concerniente a
la expresada operación, y que solo pudieron obtener del Director de ella, una
pequeña muestra del sublimado sin moler y otro poco molido”.
A la
vuelta de su viaje compararon las muestras de Idria adquiridas en el mercado
con el bermellón obtenido en Almadén y el resultado es que este no era inferior
a aquel. Cuando molieron las muestras de Almadén, Idria y Sevilla hasta un
grado muy fino, observaron que el color de las tres era muy parecido. Se
trataba en resumen de utilizar cinabrio de buena calidad y de molerlo hasta
obtener un grano microscópico.
El
fabricante sevillano empezó a notar que pasaba algo raro. En junio de 1807
había encargado 100 quintales de cinabrio para fabricar bermellón, pero en
enero de 1808 sólo le habían entregado 170 arrobas, o sea, 42 quintales
aproximadamente. En marzo de 1808 reclamó las 230 arrobas restantes y en
octubre volvió a hacerlo, aludiendo a que se va a ver obligado a detener la
producción de la Fábrica de bermellón
piedra, única del Reino. Entretanto, en abril de dicho año, el
superintendente de la mina informó al superintendente general que ya se habían
fabricado 20 quintales de bermellón en Almadén para conducirlos a donde
procediera para su venta, ”... pues de
este modo se hará menos urgente el envío del cinabrio pedido a Sevilla, que
suspenderé hasta que V.E. me comunique sus superiores órdenes sobre el asunto”.
Como
la molienda había de ser lo más fina posible, se destinó a tres mineros al
arranque de varias piedras de granito duro de Belacázar, situado a unos 60
kilómetros al suroeste de Almadén. Este granito también sería utilizado para
los lavaderos de los hornos de fundición, pues es una piedra muy compacta y no
permitiría que se escapara el azogue. A finales de noviembre de 1808 ya se
habían extraído y tallado las piedras de granito y se enviaron a Belalcázar
dieciséis carretas de bueyes de la Real Hacienda para transportarlas a Almadén.
La
fábrica de bermellón y lacre continuó funcionando normalmente bajo la dirección
de José de Larrañaga, quien, a diferencia de su hermano Diego, no se vio
obligado a expatriarse tras la guerra de la Independencia. Las dificultades
comenzaron en 1835, pues la contabilidad de la fábrica estaba poco clara. El 17
de marzo, el interventor del Cerco de San Teodoro, Francisco Miguellón, se dirige
a su superior, el contador Pedro de Luis Blanco, quejándose de la poca
colaboración del director de la fábrica de bermellón para conocer los costes y
existencias de los diversos productos, y utensilios usados en la elaboración
del bermellón y del lacre. El contador informó al superintendente de la imposibilidad que se halla esta
Contaduría de poder llevar a cabo con exactitud la cuenta de los gastos,
productos y utilidades de la Fábrica de Bermellón y Lacre. A lo anterior se
unía el mal estado de salud de José de Larrañaga, lo que se nota en su firma
cada vez más irregular al pie de los documentos del año 1836.
Almadén
sufrió dos invasiones en la primera mitad del XIX: a la invasión francesa de
1808, le siguió la de los carlistas en 1836. Éstos últimos, además de llevarse
todo lo que encontraron de valor que pudieron transportar, secuestraron a
diversos operarios. José de Larrañaga informaba al superintendente el 30 de
octubre de 1836: ”De los individuos de
esta fábrica Nacional de bermellón y lacre, solo falta hasta el día de hoy el
operario Manuel Pérez Ortiz, el cual se
cree haber sido prisionero en el acto de la capitulación del fuerte llamado
Castillo por la facción de Gómez”.
En
septiembre de 1837 ya había un nuevo director de la fábrica, Vicente Romero,
pero las dificultades de suministro de algunas materias primas eran grandes.
Así, a finales de dicho año, el citado director se quejaba de la falta de goma
para fabricar lacre, ”... sin embargo de
haberla pedido mi antecesor, Don José,
en el presupuesto del año anterior. A pesar de que el nuevo director se
esforzó para que los productos obtenidos fueran de la mejor calidad, “... en el transcurso de tres años que estoy
encargado de la Fábrica no ha habido ninguna reclamación”, y de que la
contabilidad se realizara adecuadamente, ”...
doy mensualmente a la Contaduría la relación de pedidos, elaboraciones y
productos”, el rendimiento económico
de la fábrica era cada vez menor. A comienzos de 1840, la fabricación de los
diversos tipos de lacre atravesaba graves problemas: ”Con el objeto de economizar cuanto sea posible los gastos que
naturalmente producen los simples para la elaboración de lacre y siendo muy
alto el precio de la libra de goma-laca en hojuelas o tabletas que hasta el día
se invierte en la Fábrica...”. Finalmente y pese a los esfuerzos del
director, los gastos acabaron superando a los ingresos y la fábrica de estos
productos acabó cerrando en 1841.
© Ángel Hernández
Sobrino
Dibujo: Javier Vinagre
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