Florencio Domínguez Amaro y el autor de este
artículo
al pie de la sierra donde se escondían los huidos,
año 2017. |
El 17 de noviembre de 2018 falleció en Almadén a los 94 años de edad Florencio Domínguez Amaro. En su memoria he escrito este artículo. Querido Florencio, descansa en paz.
Hace
ya unos cuantos años conocí a Florencio Domínguez Amaro, un hombre que sufrió
en sus propias carnes los duros años de la posguerra y quien ahora, ya
nonagenario, residía en Almadén rodeado del cariño de su familia. Él me contó
su historia y la de sus padres y hermanos, cuando vivían en una pequeña finca
de su propiedad, llamada “El Cortijo del Almendral”, situada en la sierra de la
Virgen del Castillo, término municipal de Chillón. Sus padres, Luis Domínguez
Galán y Fausta Amaro Paz, habían comprado esta finca con mucho esfuerzo,
después de haber trabajado durante media vida para otros. En 1940, cuando Luis
tenía 51 años y Fausta 48, pensaron que entre ellos y sus cuatro hijos serían
capaces de explotar esta parcela situada en la ladera de la sierra y con una
fuerte pendiente del terreno. Al fin y al cabo, si otros campesinos habían sido
capaces de trabajarla, como demostraban los majanos de piedras que aparecían
por doquier en la finca, él y su familia también lo serían.
El mercurio español
La
provincia de Ciudad Real fue zona republicana durante la guerra civil y al
suroeste de la misma se halla situada la comarca de Almadén, donde se
encuentran las minas de mercurio más importantes del mundo, lamentablemente
clausuradas al inicio del siglo XXI. El mercurio tenía en aquella época una
cotización elevada, pues estaba considerado un metal estratégico por aquellas
potencias hegemónicas que veían que se aproximaba la segunda guerra mundial. De
hecho, Franco intentó conquistar Almadén en dos ocasiones durante la guerra
civil, en 1937 y 1938, pero no lo consiguió hasta los últimos días de marzo de
1939. Un año después, la mina de Almadén estaba ya a pleno rendimiento y como
muchos operarios habían sido represaliados, el nuevo Consejo de Administración
no dudó en solicitar reclusos mineros al Patronato Central para la Redención de
Penas por el Trabajo. Con el esfuerzo de los mineros de Almadén y el de estos
penados se consiguió aumentar la producción de mercurio al máximo y de hecho en
1941 se alcanzó el registro más alto jamás conseguido: 85.000 frascos de
mercurio de 34,5 kilogramos cada uno.
Los huidos de la posguerra
Al
finalizar la guerra civil, algunos vecinos de la comarca de Almadén y de las
provincias limítrofes de Badajoz y Córdoba prefirieron esconderse en la sierra
a enfrentarse a los Consejos de Guerra. Se formaron así diversas partidas de
huidos, quienes para sobrevivir permanecían escondidos la mayor parte del tiempo
y solo se ponían en marcha cuando necesitaban víveres o medicinas y siempre con
la mayor discreción. Los huidos intentaron que los campesinos les ayudaran en
lo material y que les proporcionaran información sobre los movimientos y planes
de la Guardia Civil y de los soldados del regimiento de Regulares, quienes
todavía permanecían acuartelados en algunas localidades de esta zona.
En
la primera etapa de la guerrilla, que podemos situar entre los años 1939 y
1944, los huidos no tenían ninguna organización, como indica el profesor Alía
Miranda: “Los huidos fueron formando
hasta 1944 pequeños grupos o partidas que actuaban con total independencia, sin
obedecer a organización política alguna. Se movían más por puro instinto de
supervivencia que por un auténtico espíritu guerrillero de lucha contra el
nuevo régimen”. La segunda etapa, que es la de la guerrilla propiamente
dicha, comenzó con la invasión de 1944, cuando varios centenares de comunistas
españoles, quienes residían exiliados en Francia, atravesaron los Pirineos para
derrocar a Franco. Aunque muchos de ellos fueron abatidos por el Ejército y la Guardia
Civil, algunos consiguieron ocultarse en montes y sierras de una buena parte de
España y constituir grupos guerrilleros bajo el mando del Partido Comunista. En
el oeste y sur de Ciudad Real se instaló la Segunda Agrupación Guerrillera,
formada por tres divisiones, cada una de las cuales actuaba en una zona
diferente. En el este de la provincia actuó la Quinta Agrupación, que extendió
también sus actividades a las provincias limítrofes de Cuenca, Albacete y Jaén.
En 1950 solo quedaban ya algunos reductos aislados de la guerrilla y unos pocos
años después esta había sido derrotada por completo.
Persecución de los huidos
A
principios de la década de 1940, las autoridades franquistas estaban muy
preocupadas por si los huidos atentaban contra las instalaciones mineras de
Almadén, pues el mercurio era un buen ingreso de divisas de aquella España tan
necesitada de ellas. En estos años había en Almadén una compañía de la Guardia
Civil al mando de un capitán, de quien dependían también diversos destacamentos
asentados en los pueblos vecinos y otros más pequeños en fincas y caseríos. Se
trataba de cubrir la mayor cantidad de terreno posible para controlar y
perseguir a los huidos. Los campesinos quedaron atrapados en un callejón sin
salida, acuciados a colaborar tanto por
los huidos como por la Guardia Civil.
A
pesar de la Guardia Civil y de las tropas militares desplegadas sobre el
territorio, las detenciones de huidos fueron escasas en aquellos años, por lo
que algunos guardias civiles se disfrazaron de guerrilleros y comenzaron a
visitar de incógnito fincas y caseríos. Esta táctica, conocida como la
contrapartida, le dio a la Guardia Civil mucho mejor resultado, ya que los campesinos
creían que eran huidos y les prestaban ayuda. Este fue el motivo de la
desgracia de Luis Domínguez Galán y toda su familia, pues en una fría noche de
invierno de 1940, la contrapartida se presentó en su cortijo.
Y comenzó la odisea
Florencio
era el único hijo varón de los cuatro hermanos y tenía 16 años en 1940, así que
su padre le encargó que cuidase del rebaño de cabras que tenían en la parte
alta de la sierra. Allí fue donde se topó la primera vez con los huidos, cuyos nombres Florencio ha olvidado.
Lo que sí sabe es que cuando andaban por allí, permanecían escondidos en una
cueva de la sierra durante el día y al anochecer descendían a la casa para
pedir comida y, a veces, también medicinas. Uno de los huidos llegó incluso a
permanecer oculto en el caserío durante unos días hasta que gracias a los
cuidados de D. Pedro Flores, médico de Almadén, se curó.
Florencio
recuerda bien aquel día que supuso la ruina de toda su familia. Cuando se presentaron
aquellos supuestos huidos en la finca solicitando ayuda para curar el pie de
uno de ellos, su padre no dudó en prestársela, regalándoles además un bote de
alcohol cuando se fueron. A la mañana siguiente se personaron en el cortijo
varios guardias civiles de uniforme, quienes se llevaron detenidos al cuartel
de Chillón al matrimonio formado por Luis y Fausta; y también a su yerno,
marido de su hija mayor, la cual se libró de ser detenida porque tenía un hijo
de solo cuarenta días. Florencio y las otras dos hermanas suyas tampoco fueron
arrestados por ser menores de edad.
Cuando
los detenidos llegaron al cuartel de Chillón, el cabo mostró a Luis el bote de
alcohol que había regalado al supuesto huido, pero este hombre de pequeña
estatura, le apodaban El Peque, pero
de enorme valor no denunció a ninguno de los huidos ni tampoco al doctor
Flores, a pesar de que le pegaron para que confesara. Acusados de izquierdistas
y de colaboracionistas con los bandoleros de la sierra, Luis y Fausta pasaron
un año y medio en la cárcel antes de ser puestos en libertad a mediados de
1942.
Más y más sufrimientos
Entretanto,
los cuatro hijos pudieron subsistir gracias a un hermano de su padre, quien
acudió en su ayuda. No obstante, hubieron de vender el ganado y Florencio tuvo
que robar bellotas para alimentar a los pocos animales que les quedaron. La
vuelta de los padres a la finca supuso la salvación de la familia, pero
continuaba habiendo huidos en las sierras del suroeste de Ciudad Real, así que
Luis Domínguez Galán fue detenido de nuevo en agosto de 1948 y puesto a
disposición del juez especial de Espionaje y Comunismo de Ciudad Real. En el
Consejo de Guerra del 6 de julio de 1949, Luis fue condenado a cuatro años de
cárcel.
El
delito del que se acusó a Luis no era reciente, ya que el motivo de esta
segunda condena fue que “hacia el año
1945 cobijó en su caserío del Almendral una partida de bandoleros,
albergándolos durante un día y conociendo la entrega de un arma por Tomás
Bolaños Rodríguez (alias El Cojo Arena) a los citados, lo silenció a las
autoridades y a la fuerza pública”. Y es que vivir en el campo en la posguerra
resultaba muy peligroso porque los campesinos se encontraban entre dos fuegos, apremiados
a colaborar con dos bandos
irreconciliables, la Guardia Civil y los huidos.
Para
salir cuanto antes de la cárcel Luis aprendió a leer y escribir, lo que le
supuso setenta y cinco días de redención de pena. Indultado por decreto de 9 de
diciembre de 1949, necesitó un patrocinador que le avalara para adquirir la
libertad. Por fortuna, un vecino de Almadén, D. Emilio Cantón, “persona de buena conducta, antecedentes y
costumbres, y de reconocida solvencia moral y económica”, se brindó a
apadrinarle y Luis fue puesto en libertad definitiva el 14 de marzo de 1950.
Para la familia también
Otros
miembros de la familia Domínguez Amaro fueron detenidos y encarcelados, porque
todos los jornaleros del campo eran sospechosos de colaborar con los huidos, a
veces conocidos e incluso parientes suyos: Alejandro Domínguez Galán, hermano
de Luis, detenido el 18 de marzo de 1941 y puesto en libertad el 6 de diciembre
de 1942; Domingo y Lorenza Amaro Paz, hermanos de Fausta, la mujer de Luis,
detenidos el 20 de agosto de 1945 y enviados a Madrid en noviembre de dicho año
a disposición del Juzgado Militar Especial de Delitos de Espionaje y Comunismo;
y Teodoro Amaro Toledano, ganadero de Chillón, detenido el mismo día que los
anteriores y enviado también a Madrid el 8 de septiembre de 1945.
Epílogo
A
Florencio le seguía gustando hasta hace unos meses, a pesar de sus 94 años, ir
al cortijo del Almendral, que heredó de sus valientes padres y que desde hace
años explota ya el hijo de Florencio. A los amigos que le acompañamos en varias
ocasiones a la finca, Florencio nos iba señalando la parcela donde sembraban
con la yunta de mulas a pesar de la fuerte pendiente del terreno, el lugar
donde tenía la era para trillar las mieses y, por fin, el sitio donde estaba la
cueva de los huidos, allí arriba, en lo más alto de la sierra, en un escondrijo
casi imposible de encontrar.
En
la actualidad hay muchos jóvenes que desprecian escuchar a las personas mayores
y sus “historias de viejos”, pero se
equivocan, pues estos relatos orales merecen ser oídos y transcritos, ya que si
no los rescatamos a tiempo,
desaparecerán con sus protagonistas. Ya se han perdido para siempre muchas
historias de la posguerra, pero todavía viven y no por mucho tiempo algunos
ancianos dispuestos a narrarnos sus experiencias vitales de aquellos años.
Nuestra cultura actual de vértigo, en la que todo se hace deprisa, no es la más adecuada para escuchar historias, siempre
relatadas con parsimonia y, en ocasiones, de argumento disipado. No obstante
debo decir que en mi caso al menos, sus testimonios siempre han resultado
reveladores, como si el paso del tiempo hubiera sedimentado en su interior
aquellos acontecimientos que les tocó vivir y que ahora salen de nuevo a la
luz.
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