En
los últimos días del año 1873, en lugar de quedarse en Madrid con sus familias disfrutando
de las fiestas de Fin de Año, D. Miguel Rodríguez Ferrer y otros socios de la
Sociedad Española de Historia Natural realizaron una visita a diversos lugares
de la provincia de Ciudad Real: Almadén, Puertollano y el hervidero de La
Fuensanta.
Los
expedicionarios, pertrechados de martillos de geólogo y brújulas, partieron en
ferrocarril de Madrid para llegar a la estación de Ciudad Real unas doce horas
después, habiendo realizado casi trescientos kilómetros de viaje. En la capital
de la provincia de La Mancha se hospedaron en el hotel La Perla, la mejor
estancia que disfrutarían en toda su gira: “…
atravesamos las largas y anchas calles de esta población, advirtiendo en su
empedrado y nuevas aceras los pasos de la civilización y el poder del tiempo,…
Sus antiguas posadas no han dejado también de sufrir una gran variación; y a la
que hoy nos hemos encaminado, llamada El Hotel de la Perla, forma, con su nueva
y extranjera denominación, su distribución y aspecto un verdadero contraste al
compararla con aquellas”.
La Fuensanta y Almadén
Al
día siguiente visitaron el hervidero de la Fuensanta con su balneario,
utilizando para ello una tartana que les condujo hasta allí. La mañana la
dedicaron al reconocimiento de las rocas del entorno y a la recolección de
fósiles y la tarde a la visita de los baños medicinales, que lamentablemente
habían conocido mejor época. Vueltos a Ciudad Real para pernoctar, los viajeros
tomaron el tren a la mañana siguiente para dirigirse a Almadenejos e iniciar la
visita a las mundialmente famosas minas de mercurio de Almadén.
Después
de dedicar dos días completos para ver las labores subterráneas, de donde se extraía
el cinabrio, los hornos de destilación, en los que el cinabrio se transformaba
en mercurio, y las rocas y plantas del entorno de Almadén, los viajeros se
dirigieron en tren a Puertollano. Hospedados en una modesta casa de la
localidad, “…en cuyos dueños encontramos
gran amabilidad por complacernos, aunque no las cosas más indispensables que
exigir puede un madrileño”.
Las minas de carbón piedra
Tras
oír misa en la parroquia, los expedicionarios se encaminaron a pie a las minas
a pesar de que hacía frío y llovía. Cuando llegaron a los pozos, comprobaron
que las labores subterráneas habían comenzado hacía poco tiempo y, al igual que
en Peñarroya (Córdoba), también aquí el descubrimiento del carbón había sido
casual: “En una antigua huerta, llamada
de Las Canteras, y que por lo tanto estaba entregada a un humilde cultivo, una
de las piedras de la noria llamó la atención de un transeúnte minero, quien dio
la voz de alerta de que allí pudiera haber la codiciada hulla”.
La
extracción de carbón en la cuenca de Puertollano acababa pues de empezar en
1873, cuando ya funcionaba desde hacía siete años el tramo ferroviario
Madrid-Puertollano, el cual aseguraba su transporte a la capital de España y a
los puertos de embarque en la región levantina. Aunque de peor calidad que las
hullas asturianas, el carbón de Puertollano pudo competir inicialmente con
aquellas gracias a su más fluida comercialización.
Con el paso de los años, la minería del carbón
en Puertollano fue creciendo y en 1914 la empresa Peñarroya adquirió Hulleras
de Puertollano, que venía explotando por entonces las minas Asdrúbal y Terrible
2ª, las cuales rendían en conjunto una producción media anual de 200.000
toneladas de carbón con una plantilla que ocupaba a unos dos mil mineros.
Pero
volvamos a 1873 y a nuestros visitantes, quienes pudieron contemplar en las
rocas que los operarios extraían del interior del pozo la existencia de
cuantiosas plantas fósiles correspondientes al período Carbonífero, es decir,
de unos trescientos millones de años de antigüedad. A pesar de la insistente
lluvia, los naturalistas cogieron abundantes muestras de fósiles vegetales,
algunos de los cuales no tienen equivalente en la actualidad, como los Calamites,
equisetos arborescentes cuyos troncos fosilizaron con facilidad; también
cogieron muchas muestras de hojas de helechos gigantes, criptógamas vasculares
muy copiosas en aquella época. Muchas de estas muestras serían entregadas al
Jardín Botánico, con sede en Madrid, donde hoy en día forman parte de su
colección, representando a un período geológico cuando todavía no existían las
plantas con flores.
La Casa de Baños
A su
vuelta a Puertollano fueron recibidos en casa de uno de los representantes de
los dueños de las minas y al atardecer se dirigieron a la Casa de Baños: “Es este moderno, trabajado con piedra de
sillería, cuya arenisca es igual a la que forma su parroquial iglesia. Su forma
es cuadrada y, aunque reducido, tiene buenas proporciones y es de arabesco
estilo”. Lo que no dicen los viajeros es que fue edificado por unos
operarios de Minas de Almadén, quienes en 1849 se encontraban construyendo la
carretera que uniría Almadén con Almodóvar. El 10 de octubre de 1849, la reina
Isabel II ordenó que los citados operarios repararan la antigua casa de baños
de Puertollano para dar satisfacción al general Narváez, por entonces
presidente del gobierno, quien venía a tomar las aguas a esta localidad.
En
mayo de 1850 se dieron en la construcción de dicho edificio 184 jornales de
albañil y 528 de peonaje. Además, los mineros de Almadén dedicaron 757 jornales
a desmontar tierras para sacar piedra de cantería, habiéndose excavado 633
varas cúbicas de arenisca, la cual fue trasladada en carros hasta el citado
edificio: ”Su situación no deja de ser
agradable, encontrándose al este de la villa en un prado o ejido antiguo,
llamado San Gregorio, a la falda del cerro de Santa Ana, en donde brota su fuente
mineral, de la que parten dos caños que sirven para el consumo del pueblo, y
ante la que nos chocó cómo la gente de esta población hace el consumo de esta
agua con preferencia a la natural, por más que a los extraños les desagrade el
sabor picante de que participa, dejando en la boca ese agrio sabor metálico
parecido por todos al de la tinta”.
El casino
La
posterior visita al casino no resultó tan gratificante para los viajeros, ya
que las discusiones políticas acaparaban todas las mesas del local cuando la
primera república tocaba a su fin: “Los
casinos se han convertido en focos de pasiones partidarias, más que de
expansión mutua, en ellos se avivan los odios que en los pueblos pequeños
abundan”.
A su
vuelta a Madrid, los expedicionarios tenían un sabor agridulce de su viaje,
pues sentían “cuan digna de mejor suerte
debía ser esta nuestra patria, tan triste hoy y tan ensalzada hace siglos”. Su visión de España era la
de un país donde abundaban los bienes naturales agrícolas y mineros, pero al
que la fiebre de sus desdichas políticas lo mantenía en un atraso secular.
Epílogo
Desde
el principio, la minería del carbón de Puertollano atrajo capital nacional y
extranjero para la puesta en marcha de las diversas explotaciones. La primera
concesión minera en registrarse fue La
Extranjera en 1874. Después vinieron muchas más: Probabilidad, La
Perseverancia, Argüelles, Calatrava, etc. A la par de ello se fueron
constituyendo diferentes sociedades para explotar las minas. La primera gran
empresa del carbón de Puertollano fue la Sociedad de Escombreras Bleiberg, que
explotó la mina Asdrúbal, aunque después la primacía de la cuenca la ostentaría
la Societé Charbonnages de Puertollano.
Cuarenta
años después de la visita a Puertollano de nuestros amigos viajeros ocurría un
hecho transcendental para las minas de carbón manchegas. En 1914, la empresa
francesa Peñarroya buscaba la manera de aumentar su aprovisionamiento de
combustible a pesar de que ya era propietaria de la mayor parte de las minas de
hulla de la cuenca del Guadiato en la provincia de Córdoba. Peñarroya
necesitaba expandirse para aumentar la producción de sus centrales térmicas
productoras de energía eléctrica y abastecer así a las industrias
transformadoras y manufactureras.
Tras
hacerse con los activos de las citadas empresas, la Sociedad Peñarroya
consiguió las principales concesiones de Puertollano, ya que sus yacimientos
producían las dos terceras partes del total de la cuenca minera. Todas estas
minas, unidas a las cordobesas, colocaron a Peñarroya en el segundo puesto del
sector carbonero nacional. Con el carbón de Puertollano se abasteció a una
nueva central térmica que generó electricidad para las otras tres grandes minas
de su entorno: dos de ellas de plomo, San Quintín en Cabezarados y Diógenes en
el valle de Alcudia, ambas de su propiedad; y una de mercurio, Almadén, situada
a unos 80 kilómetros al oeste de Puertollano. Además se electrificaron 50
kilómetros del ferrocarril minero de vía estrecha que unía las cuencas
carboníferas del Guadiato y de Puertollano.
En
1918, la producción de carbón de Puertollano ascendía ya a un millón de
toneladas anuales y daba trabajo a unos 5.000 operarios. Además, un año antes,
la Sociedad Minero Metalúrgica Peñarroya había construido una destilería de
pizarras bituminosas, la cual permitió obtener diferentes productos derivados
del petróleo. La escasez de petróleo en la España de la posguerra hizo que se
construyeran en la década de 1940 las primeras grandes plantas petroquímicas
para tratar el aceite contenido en las pizarras de Puertollano, por medio de su
gasificación, hidrogenación y posterior destilación. Estas fábricas estatales
de dudosa rentabilidad fueron sustituidas en 1961 por una refinería
convencional alimentada con crudo procedente de Málaga a través de un
oleoducto.
Precisamente
en el citado año 1961 se constituyó la Empresa Nacional Carbonífera del Sur
(ENCASUR) para la explotación de las cuencas de Puertollano y del Guadiato. Después
de medio siglo de intensa actividad, todas las minas del valle del Guadiato y
de la cuenca de Puertollano han cerrado sus instalaciones. Nuestro carbón
nacional no puede competir con el extranjero en este mundo globalizado, pero al
menos el cese de actividad de las explotaciones se ha llevado a cabo mediante
procedimientos ordenados y responsables desde el punto de vista laboral y
ambiental. Además, en ambas zonas se están realizando proyectos de conservación
de la historia y el patrimonio minero para la memoria de las futuras
generaciones.
©Ángel Hernández Sobrino.
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