En
1510, Martín Lutero, un estudiante de Teología de la Universidad de Wittemberg
(Alemania), visitó Roma, donde sufrió una gran decepción al descubrir la enorme
corrupción existente en el clero romano y la opulencia en la que vivían el Papa
y los cardenales. Allí también tuvo su primer contacto con un asunto que sería
decisivo en su posterior ruptura con la Iglesia Católica: la venta de indulgencias,
unas bulas papales por las que a cambio de dinero, Dios sacaba a las almas
sufrientes del Purgatorio y las llevaba al Cielo.
Poco
después, el Papa León X ordenó la venta de indulgencias en todo el orbe
católico para conseguir fondos que permitieran concluir las obras de la
basílica de San Pedro. Lutero, quien había vuelto ya a Alemania, se encontró
con Juan Tetzel, comisionado del Papa
para vender indulgencias, quien decía en público a los donantes sin ningún
rubor que “tan pronto como su dinero suena
en el fondo de la caja, el alma atormentada en el Purgatorio vuela”. Esta
farsa irritó tanto a Lutero que en 1517 clavó en la iglesia de Wittemberg sus
95 tesis, en las que acusaba a la Iglesia Católica de haberse desviado por
completo de la primitiva fe evangélica.
Roma
instó varias veces a Lutero para que se retractase de sus tesis, pero este
rechazó la autoridad papal y continuó publicando escritos contra la Iglesia de
Roma. Finalmente, en 1520, el Papa condenó y excomulgó a Lutero como hereje,
bula que este quemó públicamente. Además, Lutero fue declarado proscrito en
1521 por el recién nombrado emperador
Carlos V, leal a la Iglesia de Roma. Nacía así la Reforma protestante en Europa
central, que transformaba de forma sustancial la forma de entender el
cristianismo.
En
2017 se cumple pues el quinto centenario del acto en el que Martín Lutero
desafió la manera de entender el cristianismo de aquella época, rebelándose
abiertamente contra la Iglesia Católica. Como veremos a continuación, en
Almadén vivieron en la segunda mitad del siglo XVIII varias decenas de técnicos
y maestros de mina alemanes de religión protestante, invitados por la Corona de
España para conseguir aumentar la producción de azogue. Inevitablemente
surgieron algunos problemas de convivencia entre almadenenses y alemanes, pero
el conflicto mayor fue religioso y lo provocó un presbítero de la villa.
Los Borbones en España
La
entronización de la dinastía borbónica en España al comienzo del siglo XVIII
supuso un cambio radical en la concepción del Estado. Por entonces ya había
comenzado en Europa el movimiento ilustrado y esta corriente se iría
introduciendo en España a lo largo de toda la centuria. La implicación de los
sucesivos gobiernos de los Borbones en la actividad reformista de la
Ilustración se manifestó en los diversos campos: político, social, cultural y
económico. Las Ciencias Naturales constituyeron en este siglo uno de los
sectores científicos más dinámicos y ricos en avances y resultados: nuevas
especies minerales, vegetales y animales fueron descubiertas, a la vez que
explorados nuevos territorios. Además del interés meramente científico, el
cultivo de las ciencias supuso avances considerables en la ingeniería, la
minería y la agricultura, materias directamente vinculadas con la explotación
de los recursos del territorio peninsular y de la América Colonial.
En
este contexto, el marqués de la Ensenada, a la sazón secretario de Marina e
Indias, Hacienda y Guerra de Fernando VI, envió a Jorge Juan y a
Antonio de Ulloa a recorrer Europa para estudiar los sistemas de construcción
naval, los astilleros y los arsenales. En 1752, cuando Ulloa se encontraba en
París, conoció a William Bowles, un naturalista irlandés que realizaba allí
estudios de Historia Natural, Química, Metalurgia y Astronomía. Invitado por
Ulloa a venir a España, Bowles aceptó el ofrecimiento y entró al servicio de la
Corona española, continuando ya toda su vida en nuestro país. Uno de sus
primeros encargos fue visitar la mina de Almadén para redactar una memoria
científica sobre la misma. Bowles recomendó, entre otras cosas, la contratación
de maestros mineros centroeuropeos, pues comprendió que las minas de Almadén se
hallaban técnicamente obsoletas, mientas que la minería alemana era la más
avanzada de Europa.
En
1754, Bowles viajó a la zona minera de los montes del Harz, en Alemania, para
contratar varios técnicos y maestros mineros, pero solo le dio tiempo a emplear
a cuatro, pues fue llamado urgentemente a Almadén por el gran incendio
producido en las labores subterráneas el 7 de enero de 1755. Cuando se tomó la
decisión de que la mejor solución era cerrar todos los pozos y socavones de la
mina y esperar a que se consumiese toda la madera acumulada en su interior,
Bowles volvió al Harz para contratar más geómetras subterráneos y maestros de
mina para Almadén. Uno de ellos fue Enrique Cristóbal Storr, quien desarrolló
una ingente labor en Almadén desde 1756 hasta 1783, año en que se retiró, siendo sustituido en la
dirección de las labores subterráneas y de la Academia de minas por otro
ingeniero alemán, Juan Martín Hoppensak.
Enrique Cristóbal Storr
Durante
su larga estancia en Almadén, Storr hubo de lidiar con numerosos problemas
técnicos, pero también con otros de convivencia entre sus compatriotas y los
españoles. Los primeros conflictos surgieron a poco de su llegada a Almadén y
la causa fue el mal comportamiento de algunos de los maestros mineros alemanes,
quienes reñían entre sí cuando bebían en exceso; en otras ocasiones hubo
incidentes entre alemanes y españoles, quienes casi llegaron a las manos. Por
lo general, los culpables de estos desórdenes eran castigados con una multa
equivalente a cuatro o cinco jornales y cuyo importe se destinaba al Real
Hospital de Mineros. Storr mostraba más severidad con aquellos que le
desobedecían, pues aunque no sería designado director hasta 1777, su
nombramiento de geómetra le situaba laboralmente por encima de la mayoría de
sus compatriotas.
De
mayor importancia fue el enfrentamiento que mantuvo Storr con el gran maestro
de mina Gaspar Honig, ya que lo que comenzó por una divergencia de opiniones
sobre cuestiones técnicas, acabó en una rivalidad personal con acusaciones
mutuas, teniendo que intervenir el superintendente Gijón y Pacheco para calmar
los ánimos. En otra ocasión, Storr se encaró con el interventor de la mina del
Castillo, quien le indicó que la distribución del personal en las labores
mineras era función del superintendente, a lo que respondió airado Storr que el
rey de España necesitaba de oficiales de mina como él y no de cagatintas, los
cuales abundaban por doquier.
Storr
tenía un genio tan vivo que mantuvo diversas disputas con los tres
superintendentes con los que coincidió en Almadén. El geómetra alemán no dudó
en dirigirse por carta al ministro de Indias y superintendente general de
Azogues para quejarse de la actitud de aquellos, y como Storr era tan valioso
para la mina por su conocimiento de la geometría subterránea, siempre salió
indemne de estos enfrentamientos. En uno de ellos hubo de intervenir como
mediador Jorge Juan, quien aun reconociendo la valía de Storr, opinaba que se
extralimitaba en sus funciones. Los conocimientos técnicos y la experiencia
profesional de Storr le valieron por fin ser nombrado director en 1777, lo que
conllevaba además la obligación de enseñar “las
ciencias de Geometría Subterránea y Mineralogía a los jóvenes matemáticos que
se destinaren a Almadén”.
Mineros luteranos
Otro
inconveniente con el que tropezaron los mineros alemanes fue que ellos en su
inmensa mayoría eran de religión protestante, mientras que España era un país
católico. Solo el enorme interés que tenía la Corona en aumentar la producción
de azogue de Almadén, solventó el contratiempo de permitir que personas
luteranas se afincaran en dicha villa minera. No obstante, la Inquisición
siempre estuvo vigilante para que los protestantes no hicieran proselitismo y a
alguno de ellos se le encausó por herejía. En cambio, el clero de Almadén hizo
todo lo posible para que los alemanes abrazaran el catolicismo. Algunos de
ellos así procedieron, llegando incluso a cambiar su nombre alemán por otro
castellano y a casarse con alguna almadenense. Otros, en cambio, “siguieron en los errores de Lutero, y tan
pertinaz en ellos, que no hubo forma de reducirlos a Nuestra Santa Fe Católica,
no obstante las muchas persecuciones que para ello se le hicieron por diversos
eclesiásticos y religiosos de este pueblo”.
Storr
era luterano y así siguió durante casi toda su vida, pero cuando enviudó de su
primera mujer, que era alemana, debió convertirse al catolicismo, pues volvió a
casarse con una española. El 7 de diciembre de 1802 el tesorero general del
Reino recibió orden de satisfacer en Zamora a Dña. Vicenta Velasco una pensión
anual de viudedad de 3.000 reales. Muchos años antes, a poco de su llegada a
Almadén, Storr había hecho venir de Alemania a su primera mujer y sus hijos. Su
hija Dorotea se casó con el maestro minero Stembach, de quien enviudó en 1777.
Su otra hija, Juana, permanecía soltera y entabló relación con el cadete Joseph
Cherta, uno de los seis jóvenes matemáticos designados por la Corona para
estudiar en Almadén. Como la Casa-Academia de Minas no estuvo totalmente
construida hasta 1785, Storr optó por dar las clases en su casa y tal vez eso
facilitó a relación entre ambos jóvenes. Para contraer matrimonio, Juana debía
convertirse al catolicismo y Cherta terminar sus estudios, ya que a los cadetes
no les estaba permitido contraer matrimonio. Todo el asunto se torció por
completo en pocos meses por la funesta intervención de D. Juan Montes,
presbítero de Almadén.
El honor de Storr y su familia
El
12 de agosto de 1779, el superintendente Gaspar Soler se dirigió por carta al
vicario de Ciudad Real para informarle de que el citado presbítero frecuentaba
la casa de D. Enrique Cristobal Storr, director de las Reales Minas de Almadén
y de religión protestante, “sujetándose a
servicio indecente y tratando a las hijas de la misma secta con acciones
licenciosas, y procurado estorbar el matrimonio que intentó D. Joseph Cherta
con que se hubiera conseguido la reconciliación de la hija soltera”. A los
pocos días, el vicario de Ciudad Real contestó al superintendente “que el temperamento que he pensado tomar
con el indicado Presbítero será aviso de un amoroso Padre que solo quiere
corregir o enderezar los pasos de su conducta y no castigo de un severo Juez
que intente su Ruina y menos la de las personas de su estado y profesión, cuyo
honor y singulares prendas se ha servido V.S. manifestarme”.
El
honor de Storr y su familia se vio en entredicho y aquel, ya nombrado
director de las minas, envió una carta de
queja a D. José de Gálvez, ministro de Indias, en la que manifestaba que “no juzgaba en Cherta proporción para
mantener la carga del matrimonio, como para que no se creyese que por su conveniencia
trataba de desviar de este servicio a un sujeto destinado por su Majestad”.
Storr solicitaba que no se inquietase a su casa ni a su familia, tomándose por
pretexto los asuntos religiosos, y que se les tratase con la atención y respeto
a que eran acreedores, ya que en caso de que no fuera así, se volvería con su familia a Alemania.
El superintendente Soler intentó por todos los medios que no estallara el
escándalo pero fue imposible, pues el vicario de Ciudad Real entabló una
investigación con declaraciones de testigos para formalizar una acusación
contra el presbítero Montes.
Como
el párroco de Almadén se encontraba fuera de la villa, el vicario encargó el
asunto a otro cura de Almadén, D. Juan Bueno, de quien el superintendente
afirmaba que “es de genio turbulento,
díscolo e insociable, y naturalmente propenso a sindicar cuanto se ejecuta,
danto causa a continuados disgustos”. Los dos presbíteros se hallaban
enfrentados entre sí,
así que D. Juan Bueno prohibió que ninguna persona tratase con Storr y su
familia, ni siquiera el clérigo D. Juan Montes, por ser herejes. En cambio,
Soler aseguraba a Gálvez que no había ningún problema religioso en Almadén y “que hasta ahora no ha sucedido ni se ha oido lo más leve de que del trato y comunicación con
los Alemanes no Católicos haya resultado el más mínimo perjuicio en punto de
Religión ni que se haya suscitado disputa con alguno en el asunto”.
De
forma sorprendente, la vuelta a Almadén de D. José Lorite, cura prior de la
villa, no provocó que el vicario de Ciudad Real relevara a D. Juan Bueno de la
comisión de investigación, sino que lo mantuvo en el encargo. En vista de ello,
Soler suplicó a
Gálvez, en carta fechada el 11 de noviembre de 1779, que “interponga V.E. su autoridad para que este eclesiástico se retire a la
villa de Peñalsordo, donde tiene sus Capellanías,
y Dn Joseph Cherta a su casa”.
La salud del citado cadete no era la adecuada para ejercer la profesión de
ingeniero de minas, pues una de las principales tareas de
estos consistía en aplicar sus conocimientos de
geometría en las labores subterráneas. Storr manifestó que a Cherta “le era poco conforme este servicio,
fastidiándole los olores y demás que es indispensable sufrir en lo subterráneo”.
Dos
semanas después, Gálvez comunicó a Soler que el rey había resuelto despedir al
cadete Cherta ordenándole
que volviera a casa de sus padres en Barcelona y abonándole para el viaje 1.600
reales de vellón; “y en cuanto al
presbítero D. Juan Bueno, por haber infamado denigrativamente el honor, casa y
familia de D. Enrique Cristobal Storr, que se pase oficio al Arzobispo de
Toledo, instruyéndole de todo lo ocurrido, a fin de que disponga este Prelado
que Bueno resida en el pueblo de
Peñalsordo, donde tiene sus Capellanías, para que el de estas minas quede en la
tranquilidad que gozaba antes”.
Entretanto,
el presbítero Montes había continuado en Almadén, ya que había prometido
enmendar su actitud ante el vicario de Ciudad Real. No obstante, después de
hacer ocho días de ejercicios espirituales, “continuó
libremente el trato familiar con las mismas personas que había sido notado antes”.
De nuevo intervino el arzobispo de Toledo, quien el 12 de diciembre de 1780 se
dirigió al superintendente Soler para indicarle que había dictado “una providencia pronta y capaz de contener
a dicho Presbítero para que no siga tan abominable conducta y su castigo sirva
de satisfacción al Pueblo; pero atendiendo a la casa y familia que se halla
mezclada en este asunto y es acreedora a que se le guarde el honor y estimación
que se merece por el servicio que presta al Estado, me ha parecido conveniente
pasar a V.S. este aviso para que sirva proteger las providencias de mi vicario
de Ciudad Real, pues solo deseo facilitar por los medios más prudentes la
corrección de este eclesiástico”.
Pese
al intento del superintendente Soler de que el asunto se llevase en secreto, el
vicario de Ciudad Real quería enviar un nuevo comisionado a Almadén con el
cometido de interrogar a todos los eclesiásticos de la villa y a los cadetes de
la Academia de Minas. El 4 de enero de 1781, el presbítero Murillo Donoso se
entrevistó con el superintendente Soler para darle un despacho del vicario de
Ciudad Real, “respectivo a esta Villa en
asunto muy agrio y grave sobre comunicación frecuente de Dn Juan
Montes, presbítero, en casa de Storr”. Soler previno el comisionado Murillo
Donoso de los inconvenientes del citado asunto y dicho presbítero abandonó
Almadén en la madrugada del día siguiente sin tomar ninguna declaración.
Mientras tanto, Storr había recibido varios anónimos con amenazas de muerte, de
los que Soler trataba de descubrir su autoría: “Este hecho acredita que hay malquerientes y rabiosos contra la familia
de Storr, sin duda por un efecto de envidia y emulación, pues ninguno de los
individuos de ella ha dado motivo para que así sean ofendidos, viviendo como
viven con recogimiento honroso y afable trato, dando buen ejemplo en todo lo
que son virtudes morales”.
Por
fin, el 29 de enero de 1781, Francisco Lorenzana, arzobispo de Toledo, comunicó
al superintendente Soler que había ordenado al vicario de Ciudad Real que
suspendiese la investigación, “pues he
avocado a mí la causa de este Eclesiástico mirando por su honor y el de la Casa
del Director de esas Reales Minas, tomando la más prudente y reservada Providencia
…”.
La religiosidad perdida de Almadén
Actitudes
como las de los presbíteros Montes y Bueno escandalizaron a los buenos
católicos de Almadén a finales del XVIII. Cuando en el año 1800 fue nombrado
superintendente D. Tomás Pérez de Estala, se hallaba en Almadén como
cura-capellán del Real Hospital de Mineros, D. Clemente José Ortuño. Aquel
encargó a este la redacción de un Plan para que Almadén recuperara la
religiosidad perdida, “pues como buen
Christiano conoció, y conoció muy bien, que sin restablecer el culto a Dios y
formar los corazones con las Sagradas máximas de su verdadera y Santa Religión,
era imposible organizar y poner en mejor pie todos los ramos que abraza tan
útil Establecimiento”. El capellán Ortuño aceptó el encargo del
superintendente Estala y estableció un plan “en
que hiciese ver el modo de restablecer el culto exterior a que es tan acreedor
la Magestad de Nuestro Dios; el modo de dar a aquellos hombres el Pasto
Espiritual; las Ynstrucciones necesarias para que rindan al mismo Dios el culto
interior; y formar sus Corazones y consolidarlos en las máximas Sagradas de la
Religión Christiana”.
Para
ello, el cura Ortuño consideraba prioritario reconocer el mal comportamiento de
algunos de los pastores de almas, encargados de la salud espiritual de los
almadenenses: “A la verdad Señor, me es
sumamente sensible y doloroso haber de clamar contra la desidia, poco celo,
abandono y olvido de los deberes más Sagrados de mis hermanos y compañeros en
el Ministerio. Si no mediara la causa pública de Dios, del Rey y de todo un
pueblo, jamás tomaría la pluma para motejar la conducta de mis hermanos, pero mediando tan grande interés
…”. Por tanto, los ministros de Dios debían ser
los primeros en dar ejemplo a los habitantes de Almadén, “pero si esta viva voz y este exemplo no está siempre delante de sus
ojos como norte, no hay que extrañar se dejen conducir por sus inclinaciones
naturales y cometan excesos. Los de Almadén carecen de los Ministros que
necesitan para su régimen y gobierno Espiritual; no oyen en tiempo alguno la
Cathequesis o instrucciones de su Pastor, que tanto influyen sobre las
costumbres; no le ven ofrecer con ellos y por ellos el Santo Sacrificio de la
Misa; se ven privados de aquel Pasto Espiritual que tanto nutre a las Almas y
que es su mayor consuelo; y rehusa, para decirlo todo, las fatigas inseparables
de su Ministerio”.
El
cura Ortuño aplaudía en su librito la decisión de las autoridades de segregar
la capilla del Real Hospital de Mineros y de la Real Cárcel de Forzados de la
parroquia de Almadén, pues al frente de esta se encontraba un cura prior,
caballero fraile de la Orden de Calatrava, conocido por su incuria y poco celo
eclesiástico. También el capitán de la Compañía Provincial de Inválidos
destinada en Almadén había solicitado y conseguido que su cuidado espiritual
fuera ejercido por el capellán del Real Hospital. Para que los caballeros calatravos aceptaran
perder el derecho de nombrar al cura prior de Almadén, Ortuño proponía “darles en recompensa un
Beneficio Eclesiástico o una Prebenda de igual valor que aquel Priorato en
cualquiera
de las Catedrales de España y confiérase desde luego al Caballero Cura Prior
actual, Fray Dn Josef Calderón Lasso, el Beneficio Eclesiástico o
Prebenda que Su Majestad tenga a bien asignarle”. Se
trataba, en suma, de recuperar la religiosidad perdida de todo un pueblo, “de proporcionar tanto bien Espiritual a los
laboriosos vecinos de Almadén, en beneficio de tan beneméritos vasallos y con
tal que se consigan los bienes Espirituales, que no merecen menos atención para
su Religioso y Christiano Corazón”.
©Ángel Hernández Sobrino.
0 comentarios:
Publicar un comentario