¿Cuál es el animal que se parece a todos los animales? La langosta; porque tiene cuernos de ciervo, ojos de vaca, frente de caballo, patas de cigüeña, cola de culebra y alas de paloma.
(Descripción popular de la
langosta).
La langosta es un insecto del orden de
los ortópteros que ha provocado desde hace siglos el hambre en muchos lugares
del mundo. Algunas especies de langosta, un insecto de la familia Acrididae,
son capaces de multiplicarse enormemente, llegando a formar enjambres
destructivos que cubren grandes distancias. La fase solitaria de su existencia
ocurre en sus zonas de reproducción, cuando llueve y pueden proveerse de
alimento (los familiares y simpáticos saltamontes). Cuando llega la sequía y
falta la comida, las langostas se vuelven mucho más activas, forman plagas y se
trasladan a otros lugares en busca de sustento.
Aunque la especie de langosta más
dañina a escala mundial es la
Schistocerca , la cual produce varias generaciones por año,
hay langostas en todos los continentes, si bien el más castigado es África. En
contraposición a los daños que causa, la langosta sirve de alimento en diversos
lugares del mundo. Decía el entomólogo Morales Ayacino en 1938 que “entre los árabes llega a alcanzar un valor
equivalente al pan, en ciertos rincones de Filipinas se las aprecia tanto como
el arroz, alimento nacional, y en China suelen venderse al mismo precio que la
carne”. La investigación científica ha demostrado que es un alimento completo:
proteínas (67%); lípidos (20%); vitaminas A y D; y rico en fósforo, calcio y
potasio.
La
langosta en España
Existen noticias de la presencia de
plagas de langosta en España desde el siglo XI. En el año 1547 hubo una gran
plaga en Aragón a la que hicieron además responsable de la epidemia de peste
que se presentó a continuación. En 1547 apareció otra en Andalucía procedente
de África, si bien muchas langostas se ahogaron al cruzar el estrecho de
Gibraltar y otras más fueron cogidas y quemadas por los campesinos. A finales
de diciembre de 1604, el cronista Luis Cabrera de Córdoba informaba de que
habían vuelto a pasar a Andalucía desde África “una gran cantidad de cigarrones de diferente grandeza que los
ordinarios, lo cual se ha tenido por muy grande calamidad y prodigio en aquella
tierra”.
Un siglo después, una plaga de
langostas que estaba diezmando las cosechas amenazaba con alcanzar Madrid, por
lo que los fieles solicitaron ayuda sobrenatural para frenarla. En la Gaceta de
Madrid del 28 de mayo de 1709 podía leerse: “No
siendo suficientes las grandes providencias con que ha acudido Madrid a la
extinción de la langosta, se determinó de orden de Su Majestad, una procesión general
con las reliquias de los santos cuerpos de San Isidro y María de la Cabeza, su
esposa, patronos de Madrid, el domingo 26 por la tarde, que se ejecutó con
indecible concurso y devoción,…”.
El primer tratado impreso sobre el
tema es el de Juan de Quiñones, publicado en 1620. El autor era alcalde mayor
de Huete (Cuenca), cuando se le encargó que eliminara una plaga de langosta y
debió tener éxito, ya que fue promovido a alcalde mayor de El Escorial. En el
citado libro achacaba la aparición de las plagas de langosta a la ira divina,
por lo que el mejor remedio para combatirlas eran las rogativas y de hecho
había varios conjuros y exorcismos contra ellas. La sociedad asumía en aquella
época que las desgracias y calamidades se debían a un castigo de Dios en
respuesta al mal comportamiento del género humano. Por ello se celebraban
oficios religiosos de varias clases, como misas multitudinarias, confesiones
masivas y, sobre todo, procesiones.
No obstante, ya se conocían y
utilizaban diversos medios para la lucha contra las plagas, como quemar los
campos y heredades baldíos cuando la langosta estaba en canuto, es decir, con
los huevos de la próxima generación metidos en tierra; otro método era arar los
terrenos para destruir los nidos, de modo que los huevos quedaban enterrados o en la
superficie de la tierra; o un tercero, consistente en introducir ganado de
cerda para que se los comieran.
Las primeras medidas legislativas
datan de 1723, cuando se redactó una Provisión del Consejo que ordenaba que se
araran las tierras donde se detectara su presencia. Estos terrenos deberían ser
utilizados solo para el pasto del ganado, quedando prohibido sembrarlos para
que las langostas carecieran de alimentos. En 1726, el Padre Feijoo intentaba
que sus coetáneos comprendieran la esencia física de los fenómenos naturales
para que abandonaran las absurdas creencias populares de que Dios era el
causante de aquellos en castigo por sus pecados.
A mediados de la década de 1750,
varias plagas de langosta asolaron las tierras de buena parte de España. El
germen apareció en Extremadura en 1754 y su presencia duró en algunos lugares
de Andalucía, Murcia, Albacete y Valencia hasta 1758. La Instrucción de 1755
abordó la extinción de la langosta en sus tres estadios: la fase de aovación o
canuto, la fase en que el animal tenía todavía un pequeño tamaño y la fase
adulta antes de que alzara el vuelo y se convirtiera en un enjambre implacable.
El ilustrado irlandés William Bowles,
contratado en París por Antonio de Ulloa en 1752 al servicio de la Corona de España, estudió
entre otros el problema de la langosta en nuestro país. En su libro “Introducción a la historia natural y a la
geografía física de España”, hay un capítulo dedicado a la desolación que
provocó la langosta en varias provincias en los años 1754, 1755, 1756 y 1757, a la que ya he
aludido antes.
Bowles acusó a los aldeanos de
indolentes, lo que les hacía perder la ocasión de exterminarlas todos los años,
puesto que no reparaban en ellas hasta que el estrago causado era tal que ya no
tenía remedio. Bowles recomendó que los corregidores e intendentes de
Extremadura y La Mancha
se informasen por pastores y labriegos dónde habían puesto sus huevos las
langostas para destruirlos en sus nidos antes de que eclosionaran, pues si se
esperaba a que nacieran, aunque se aniquilase en gran número, siempre quedarían
legiones inmensas que se convertirían en una horrible plaga.
En el siglo XIX la langosta siguió
haciendo periódicas apariciones en forma de plaga. A partir de mediados de siglo,
los trabajos para erradicar las plagas de langosta les fueron encargados al
cuerpo de ingenieros agrónomos, recién creado. A pesar de ello, en 1875 hubo
una plaga, iniciada en 1872, de grandes proporciones, afectando a trece
provincias y entre ellas a la de La Mancha.
En 1879 se dictó una ley para la extinción de la langosta,
objetivo que no se logró, ya que no se aseguraron los necesarios recursos
económicos para combatir las plagas. Dos Reales Órdenes, publicadas en 1888 y
1899, dispusieron el nombramiento de ingenieros agrónomos en cada provincia
para vigilar los trabajos de extinción, los cuales consistían la mayor parte de
las veces en el empleo de gasolina para quemar las langostas.
En la primera mitad del siglo XX hubo
en España varias plagas más. La más grave fue la de 1922-1923, la cual ocupó
una extensión de 250.000
hectáreas . Una de las comarcas más afectadas fue la de
Los Monegros, situada entre las provincias de Zaragoza y Huesca, y con un clima
semidesértico. Las investigaciones llevadas a cabo por el ingeniero agrónomo
José Cruz Lapazarán fueron muy significativas y puesto que la destrucción de la
langosta como especie zoológica era prácticamente imposible, dedicó sus
esfuerzos a defender los cultivos de los ataques del insecto. Lapazarán calculó
que había 8.000
hectáreas infectadas con huevos de langosta, a razón de
un millón de huevos por hectárea, por lo que se puso rápidamente en marcha
antes de que nacieran las langostas. Para ello empleó todos los medios a su
alcance, principalmente apertura de zanjas y surcos para quemar con esparto los
nidos de langosta. Además utilizó otros procedimientos más agresivos, como
lanzallamas con gasolina e insecticidas de acción externa e interna con
arseniato de sosa. El total gastado ascendió a 628.000 pesetas de la época y
aún así el 15 por ciento de la superficie no puedo ser saneado.
El
valle de Alcudia y zonas limítrofes
Esta área de España, situada al
suroeste de la provincia de Ciudad Real, cumple a la perfección las
características adecuadas para ser un foco endémico de langosta. Enclavada
dentro de la zona árida de la península Ibérica, posee un relieve suavemente
ondulado con pendientes inferiores al 12 por ciento, un régimen pluviométrico
irregular y con precipitaciones inferiores a 600 litros por metro
cuadrado al año, temperaturas altas en verano y suaves en invierno, y un
paisaje donde predomina el encinar y los suelos sin cultivar.
La plaga de 1619, que afectó a buena
parte de España, hizo también acto de presencia en La Mancha, “donde se ejerció gran cuidado y vigilancia”.
Todos tenían la obligación de colaborar en la extinción de la langosta y hasta
los hijosdalgo y los eclesiásticos habían de participar en las tareas al ser
causa de utilidad pública. Los nobles también debían ayudar en los costes
habidos y el mismo Felipe III prestó 50.000 ducados de los 90.000 que se
gastaron en total en toda España. De tanta importancia y gravedad fue la lucha
contra la langosta que miles de hombres abandonaron sus hogares durante varios
días e incluso semanas para dirigirse a los lugares señalados por las
autoridades. Un bando publicado por entonces advirtió de que nadie se volviese a
sus pueblos sin permiso “so pena de la
vida”.
En dicho año se eliminaron 500.000
fanegas de langosta, lo que supone unas 27.500 toneladas. Como se puede
suponer, el valle de Alcudia fue una de las zonas más afectadas por la plaga y
según nos informa Juan de Quiñones en su tratado: “Y en el Alcudia consta por testimonio que sus ministros, que eran un
juez y dos alguaciles, mataron un día mil y ochocientas fanegas de langosta”.
A mediados del siglo XVIII, el ya
citado Bowles escribió sobre los efectos de la langosta en la comarca de
Almadén: “He visto caer una legión de
langostas cerca de Almadén y comerse hasta las camisas de lienzo y pañales de
lana que las pobres aldeanas habían puesto a secar sobre la hierba de un prado.
El cura del lugar, que era un hombre muy de bien que me hospedó en su casa, me
aseguró que un destacamento de dicha legión entró en la iglesia, se comió los
vestidos de seda que cubrían las imágenes y royó hasta el barniz de los
altares”.
Por entonces, el único remedio para
combatir las plagas era descubrir los parajes donde habían puesto los huevos y
destruirlos antes de que eclosionaran, pues si no, por grande que fuera el
número que se eliminara, siempre quedaban legiones inmensas de langostas. A lo
largo del siglo XVIII están documentadas varias plagas en esta región de
España: años 1708, 1709, 1722, 1724, 1754-1758, 1796 y 1797, y ni unidos los
medios humanos y los espirituales consiguieron solucionar el problema.
Muy mal empezó el siglo XX en esta
zona limítrofe de las provincias de Ciudad Real, Badajoz y Córdoba, ya que los
trabajos técnicos de campo se limitaron a confrontar los terrenos denunciados
por contener nidos de langosta pero sin roturarlos. Los propietarios de las
dehesas no cumplían la ley ni nadie les obligaba a ello, así que cuando el
ministro de Agricultura realizó una visita a esta región, “regresó de su viaje tristemente impresionado al ver los cordones de
langosta en los términos municipales de Almadén y Chillón, comprendiendo que ya
es imposible destruirla ni impedir que destroce las cosechas”.
Además, si no se destruía la plaga en
el primer año de su aparición, el problema podía durar varios años, pues como
explicaba un miembro consultor del Consejo Superior de Agricultura, Industria y
Comercio, “llegará el otoño, la langosta
aovará y entre si son galgos o podencos, en la próxima primavera veremos
reproducida la calamidad en una proporción abrumadora, y se pasarán uno y otro
año con lo mismo, hasta que pasen otros catorce o quince, como en la última
epidemia, y desaparezca porque Dios ponga de su parte lo más y nos considere
bastante castigados por nuestros pecados”.
Nuevas plagas se sucedieron en los
años 1909-1910, con 80.000
hectáreas afectadas; 1922-1923, con 250.000; 1932-1933,
con 25.000; y 1939-1940, con 180.000. La gran extensión de esta última plaga
fue consecuencia de la paralización de los trabajos agrícolas y de la lucha
contra la langosta durante los tres años de la guerra civil. Esta última plaga
afectó a 360 términos municipales, entre ellos Almadén y todos los adyacentes,
y de no haberse extinguido a tiempo, la superficie arrasada habría alcanzado
los dos millones de hectáreas. La efectividad de la lucha realizada quedó
demostrada, pues en el invierno de 1940-1941 la superficie afectada se redujo a
27.500 hectáreas .
Los
trabajos de extinción llevados a cabo utilizaron todos los medios a su alcance,
pues envenenaron a las langostas con arseniato de sosa y las quemaron con
gasolina, recurriendo incluso al ejército para el uso de lanzallamas. Todavía
en marzo de 1943 se adquirieron 10.000 kilogramos
de salvado para envenenarlo y dedicarlo después a la lucha contra la langosta.
En aquella época de escasez de víveres había mucho en juego, ya que si no se
conseguía atajar las plagas, se pondría en peligro la cosecha y el alimento de
la cabaña ganadera.
Con la langosta no hay que bajar la
guardia, pues todavía en la década de 1990, el suroeste de nuestra provincia se
ha visto infestado por grandes bandos de langosta procedentes de la Siberia extremeña. Yo
mismo he tenido que detener mi coche en alguna ocasión cerca de Cabeza del
Buey, localidad situada a unos 45 kilómetros al oeste de Almadén, pues era tal
la cantidad de langostas que el parabrisas se cubría por completo de ellas, lo
que me impedía la visión de la carretera. Hace solo un par de años, los ganaderos del valle de Alcudia han
vuelto a dar la voz de alarma, ya que sus fincas han sido de nuevo invadidas
por la langosta. Ellos urgían a la Administración a tomar medidas antes de que fuera demasiado tarde, ya que
los métodos de lucha contra la langosta utilizados en otras épocas están ahora
prohibidos.
Afortunadamente se está desarrollando
en la actualidad un proyecto financiado por el Programa Estatal de
Investigación, Desarrollo e Innovación dirigido a la lucha contra las plagas de
langosta. El proyecto que tiene una duración de tres años, contribuirá a
conocer mejor las áreas donde cría la langosta, así como la necesidad y
eficacia de los tratamientos empleados para conocer su coste y beneficio, y
también los efectos colaterales que puedan provocarse en la biodiversidad de
las áreas tratadas.
©Ángel Hernández Sobrino
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